Ya casi despedimos otro año. Difícil y turbulento para una gran mayoría a nivel mundial, pero la temporada navideña apaña un poco esa pesadumbre, ya que la gente se contagia de la alegría y el colorido propio de esta fecha, donde los cristianos celebran el nacimiento de Jesús, esa icónica figura que dividió la historia del mundo en dos etapas, antes de Cristo (a. C) y después de Cristo (d. C).
En estos días la esperanza se hace más presente, la gente sonríe un poco más y se olvida por ratos de sus males. Las fiestas, villancicos, regalos y dádivas, encienden los corazones y cada cual vive a su ritmo la navidad, con la gratitud y el amor que tengan para dar y con el deseo de que las cosas mejoren para bien de todos.
También la navidad trae consigo ansiedad, unos por muchos compromisos sociales y compras excesivas, y otros por carecer de casi todo y ver más de cerca sus escasas posibilidades para con la familia y los amigos, si es que por lo menos eso tienen, hay otros que ni siquiera tienen ese consuelo.
Por lo que, debido a diferentes causas, se produce una agitación fuera de control en las emociones, que van desde la rebosante alegría hasta la insufrible impotencia, tristeza y soledad.
Así que esta fecha no es tan diferente del resto del año, cada día hay de todo en la viña del señor, como dicen; tristezas y alegrías, dicha y amargura, penas y gozo...
Si quieres compartir, pues comparte.
Si deseas reír, bailar y fiestear, solo hazlo.
Si te sientes solo, triste y melancólico y quieres apartarte del bullicio, no dudes en hacerlo.
Y si lo único que sientes son ganas de llorar y limpiar el alma con tu llanto, pues que lluevan tus lágrimas, ellas te servirán más que las fiestas y los tumultos callejeros.
Sea lo que sea que desees y hagas, lo único que no debes permitir es sentirte mal por lo que decidas hacer, pues trata de que sea tu voluntad y decisión, no la de otros.
Y si te sucede que no sabes qué hacer, o tu deseo es no hacer nada, no te sientas mal por eso, solo vívelo de acuerdo a tus sentimientos más hondos y emociones sinceras.
Disfruta de tu libertad de elegir, ten una muy hermosa y sincera navidad.
Y que puedas tener la dicha de visionar un año venidero próspero, tanto emocional como espiritualmente hablando, esa es la verdadera prosperidad, teniendo esta, la economía también florecerá.
Gozosos días llenos de salud y bienestar.
Para despedir el año y dejarles algo en qué pensar, transcribo la siguiente reflexión, haciendo este recordatorio.
Nunca te fijes en la apariencia, porque ésta cambia con el tiempo.
CUANDO NO SEPAS QUE HACER, NO HAGAS NADA Cuento budista
Buda y sus discípulos emprendieron un viaje por diversos territorios y ciudades. Un día en que el sol brillaba con todo su esplendor, vieron a lo lejos un lago y se detuvieron, asediados por la sed. Al llegar, Buda se dirigió a su discípulo más joven e impaciente y le dijo:
–Tengo sed. ¿Puedes traerme un poco de agua de ese lago?
El discípulo fue hasta el lago, pero cuando llegó, un carro de bueyes comenzaba a atravesarlo y el agua, poco a poco, se volvía turbia. Ante esto, el discípulo pensó: «No puedo darle al maestro esta agua fangosa para beber», por lo que regresó y le dijo a Buda:
–El agua está muy fangosa. No creo que podamos beberla.
Pasado un tiempo, Buda volvió a pedir al discípulo que fuera hasta el lago y le trajera un poco de agua para beber. El discípulo así lo hizo. Sin embargo, el lago todavía estaba revuelto y el agua perturbada. Regresó y con un tono concluyente dijo a Buda:
–El agua de ese lago no se puede beber, será mejor que caminemos hasta el pueblo para que sus habitantes nos den de beber.
Buda no le respondió, pero tampoco realizó ningún movimiento. Permaneció allí. Al cabo de un tiempo, le pidió al mismo discípulo que regresara al lago y le trajera agua. Éste, como no quería desafiar a su maestro, fue hasta el lago; iba furioso, pues no comprendía porqué tenía que volver, si el agua estaba fangosa y no podía beberse.
Al llegar, observó que el lago había cambiado su apariencia: tenía buen aspecto, lucía calmo y cristalino. Recogió un poco de agua y se la llevó a Buda, quien antes de beberla la miró y le dijo a su discípulo:
–¿Qué has hecho para limpiar el agua?
El discípulo no entendía la pregunta. Él no había hecho nada, era evidente. Entonces, Buda lo miró y le explicó:
–Esperaste y la dejaste ser. De esta manera, el lodo se asentó por sí mismo y ahora tienes agua limpia. ¡Tu mente también es así! Cuando se perturba, sólo tienes que dejarla estar. Dale un poco de tiempo. No seas impaciente. Todo lo contrario: ¡sé paciente! Tu mente encontrará el equilibrio por sí misma. No tienes que hacer ningún esfuerzo para calmarla. Todo pasará si no te aferras.
“Una preciosa historia en torno a una de las actitudes más difíciles de asumir en la vida: no hacer nada y sólo dejar que las cosas sucedan”.
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