Para ocultar su menosprecio, algunos recurrieron al autoengaño, decidieron vanagloriarse y enseñorearse, imponiéndose sobre aquellos que en su menosprecio, se sintieron inferiores.
Como miembros de una misma especie (la animal), al igual que de una misma manada o familia (la humana), los hay tranquilos y violentos, sumisos y rebeldes, ambiciosos y conformistas, trabajadores y holgazanes, inteligentes aventajados e inteligentes menospreciados... El resultado, dominantes y dominados. Una mínima cantidad se mantiene al margen y otros en medio de estas dos vertientes, y cada condición crea sus riquezas o sus miserias, tanto internas como externas.
De ese enseñorearse surgieron los déspotas y tiranos. Matar la sociedad humana, su dignidad, sus derechos, su lugar en la cadena alimenticia... Condenarla por su pasado y sus costumbres, someterla a explotación y dominio inescrupuloso, cercenar su sexualidad y hacer de sus cuerpos una máquina de consumo y producción o un vil museo de cera (cuerpos vacíos), sin tomar en cuenta su privilegio de razonar y tener libre albedrío, su fuerte conexión con la divinidad y la importancia de su papel en la sustentación y evolución armónica de la vida y la existencia en general, es como castrar al planeta para que no se reproduzca ningún tipo de vida en él.
Eso de romper con todos los esquemas antiguos, tirar por la borda los valores morales y las normas de convivencia con respeto y consideración al prójimo y a uno mismo, es agotador y destructivo, es como cabalgar a diario en el océano. Al principio es excitante, novedoso y divertido, pero mantenernos en ese ejercicio como algo rutinario, trae consigo fuertes malestares físicos, además de emocionales y psíquicos. Terminaremos aborreciendo a la naturaleza (al océano y sus olas, al viento y a todo lo que forme parte de esta actividad que es forzada), también a la libertad de la vida (representada por el caballo), mataremos el valor de su naturaleza, y sobre todo nos repudiaremos a nosotros mismos (al jinete), viviremos con rabia interior y no tendremos una existencia digna, libre y feliz.
Imaginemos que la vida es un caballo salvaje y nosotros los jinetes que tenemos la misión de domarlo. La tarea es ardua, pero si vamos acercándonos poco a poco, sin presionar ni sentir miedo, dejándole ver que no le haremos daño, ganándonos su confianza... Con los días ya habremos podido montarlo, y aunque las caídas sean muchas, si insistimos en subirnos a su lomo con respeto y consideración, y demostrarle nuestra habilidad para no caernos, tarde o temprano se rendirá y lo habremos domado. Después ya será pan comido salir a pasear con él, incluso cabalgaremos alegremente formando un solo ser.
Pues algo así es vivir, y vivir en todo el sentido de la palabra, con intensidad y ganas de explorar, saborear y disfrutar tal cual se nos van presentando las cosas, con aceptación, respeto y agradecimiento, con paciencia y entereza, sin forzarlas, dejándolas ser y fluir en la dirección que les permita verse libres y juguetonas, y no aferrarnos a expectativas inalcanzables o falsas, como creer que podremos domar al caballo salvaje de un solo intento. La paciencia, el respeto, tesón y admiración, y el amor que le impregnemos, son esenciales para conseguirlo.
Imagen tomada de aquí y debidamente autorizada*
Los humanos gracias a nuestra ambiciosa inteligencia, hemos surcado los cielos (aviones, helicópteros, etc.), los mares (barcos, trasatlánticos, submarinos, etc.), la tierra (carreteras, túneles, trenes, proyectiles subterráneos, etc.), la atmósfera (naves y estaciones espaciales), y un montón de lugares, pero no nos atrevemos a surcar nuestro ser interior, que está más cercano, que es más asequible y contiene todas las respuestas que seguimos buscando en el exterior.
Olvidamos lo más esencial de nuestra existencia y nos empeñamos en dirigir, gobernar, dominar y manipular las especies, incluyéndonos a nosotros mismos. Cualquier cosa que nos mantenga ocupados y alejados del mínimo indicio de introspección, es prioritaria.
Quedarnos solos con nuestra triste humanidad es atemorizante, el miedo a que lo que encontremos nos desagrade tanto que pueda paralizarnos, o incluso matarnos (perder por completo nuestra identidad), nos impulsa a hacer de nuestra vida una continua kermés, una eterna feria, hacer todo lo que esté a nuestro alcance y más allá, que no nos quede tiempo a solas, para así poder justificar evadirnos.
La vida no es caminar una pasarela sobre alfombra roja y bajo aplausos, tampoco es transitar un campo minado, ni permanecer hacinados en un campo de concentración, es sencillamente lo que le permitas y te permitas ser, tú creas tus propias experiencias...
La semilla de la comparación vive latente en tu interior, y germinará en ti si le das la oportunidad de hacerlo, si comes el fruto de la discordia e ingieres su veneno, le das poder sobre ti, si la causa de tu miedo se debe a que no podrás soportar sobre todo, tu auto rechazo.
Vence el miedo a conocerte y encontrarte contigo, con tu verdadero “Yo”. Suelta de una vez por todas esa necesidad de aturdirte y escabullirte de ti mismo, deja de cabalgar en el océano de tus dudas y temores, y nada o surfea con audacia y gracia en el mar de sentimientos que te rodea, sé tu mejor versión.
* Me topé con este interesante blog y me tomo la libertad de recomendarselo.
Esta entrada fue publicada en el periódico El Caribe:
https://www.elcaribe.com.do/2020/02/08/cabalgar-en-el-oceano/
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