Independientemente de lo que esté ocurriendo a nuestro alrededor y en el mundo, existe un lugar impenetrable donde siempre estaremos a salvo, ese lugar es solo nuestro, nada lo puede contener, ni nadie puede entrar en él, y representa el equilibrio perfecto y total del Ser que nos habita (emocional y espiritual), y lo que esencialmente somos (materia cósmica, energía transformable y consciencia dotada de sabiduría potencial).
¿Alguna vez se han preguntado cómo se sentirían si en sus vidas no existieran las angustias, las dudas, las amarguras y sinsabores, las decepciones…, y todo fuera una eterna felicidad?
Pues aunque no lo crean, nuestra vida tiene todas las posibilidades de ser una eterna felicidad, es solo que nos mantenemos metidos en un mundo de dependencias y falsas empatías, un mundo ficticio y ajeno, en el que dependemos
De:
1. Las acciones de los demás para actuar en consecuencia.
2. Lo que suceda a nuestro alrededor para darnos el permiso de sentir en consecuencia.
3. Las normas e imposiciones sociales para sentirnos dichosos y privilegiados, o tristes y desafortunados.
4. Lo que mayormente se identifica con el éxito para considerarnos realizados.
5. Lo que piensen los demás para reconocernos valiosos y amados.
... Un largo listado de etcéteras.
Todas estas dependencias son puras mentiras.
1. ¿De veras estamos seguros de que si nos niegan un abrazo, es motivo de infelicidad?
2. ¿De que si perdemos a un ser querido, es motivo de infelicidad?
3. ¿De que si nacemos en la miseria, es suficiente motivo de infelicidad?
4. ¿De que si no estudiamos o hacemos fortuna, es motivo de infelicidad?
5. ¿De que si nos sucede una tragedia que nos limite físicamente, es motivo de infelicidad?
... ¿De que si se hace realidad un largo etcétera, es motivo de infelicidad?
Si todo esto es realidad, es porque tenemos una idea equivocada de felicidad, y la ciframos como algo que nos viene de afuera, y lo real es que esta vive en nuestro interior, pero la mantenemos doblegada para que no nos cataloguen de insensibles egoístas, de malvados insensatos, enfermos mentales o locos, de especímenes raros e inadaptados de la sociedad, de...
¿Y si lo hacen, qué?
Si es cierto que venimos a este mundo a crecer y aprender, a vivir, experimentando cosas diferentes, poder distinguir el fluir de las distintas emociones, y adquirir conocimiento y sabiduría, cada cosa que nos suceda debería ser motivo de alegría, independientemente de lo difícil que nos resulte canalizarla, reconocer y agradecer su presencia. Lamentablemente, casi nunca es así. De todo hacemos una tragedia.
Es cierto que el mundo está convulso (hace muchos años que lo está), hay países en guerra, maldad, miseria humana y mucho dolor a nivel mundial, eso nos afecta, pero no nos impide seguir con nuestras vidas, lo lamentamos, oramos, y hasta lloramos por todo esto, pero seguimos adelante, porque existe un sentir que está por encima de todo ese acontecer físico, social y humano, ese sentir es el que nos mantiene vivos, deseando realizar cosas y superarnos ante cualquier adversidad, ese sentir es provocado por la felicidad, la cual llevamos dentro y nunca nos abandona, somos nosotros quienes le damos la espalda y la negamos, olvidándonos de su existencia incondicional, pero nuestro subconsciente la sabe ahí.
Podemos estar apesadumbrados, confundidos, decepcionados, dolidos y muy tristes, pero no es lo mismo que ser infelices. Cuando ya no queda nada de felicidad en nuestras vidas, la señal clara es el suicidio, solo los que recurren a él, son verdaderamente infelices, de lo contrario, la presencia de la felicidad, de esa llama que aviva el deseo de vivir, está ahí en nosotros.
Y si existe algo que está plenamente ligado a la felicidad, es el amor, el que sentimos hacia todo y hacia todos, empezando por amarnos a nosotros mismos, y por sumergir todo lo que hacemos en un buen baño de amor y entrega gozosa. Cuando hagamos plena conciencia de esto, la felicidad consciente será nuestro estado natural inquebrantable, todo lo demás, será pasajero, caiga quien caiga.
Digamos como un mantra, “Sí, soy eternamente feliz. ¿Y qué?"
Para terminar esta reflexión, deseo compartirles este artículo publicado en La Palabra Diaria. Pueden encontrar el enlace haciendo clic en el título:
Por Darrell Fusaro, veterano condecorado de la Guardia Costera de EE. UU. y autor de What If Godzilla Just Wanted a Hug?
Cuando nos sentimos insatisfechos en la vida, la idea de autodisciplina puede transformarse radicalmente al convertirnos en discípulos del amor.
Emmet Fox escribió: “Lo que piensas crece. Lo que permites que ocupe tu mente se magnifica en tu vida”.
Estoy agradecido de haber aprendido esa lección temprano en mi vida.
Andaba por mi cuenta tras graduarme de la escuela secundaria. Mi padre había fallecido de cáncer, y unos años antes, mi madre nos había abandonado. Tuve la oportunidad de asistir a la universidad con una beca que me permitió dedicar mi talento al arte. Ese era mi sueño, pero pronto descubrí que yo carecía de empuje. A veces estaba abrumado o desmotivado.
Comencé a retirar los cursos, uno por uno, hasta que un día estaba completamente fuera. Convencido de que mi problema era la falta de disciplina, me alisté en la Guardia Costera de los Estados Unidos. Las cosas solo empeoraron. La disciplina no funcionó. Me sentía desalentado por haberme comprometido con algo que no estaba funcionando.
Cuando le confié esto a un respetado amigo, me dijo: “No tienes que quedarte en la milicia”.
“¿De verdad?”, le pregunté. “Sí. Debido a tu actitud, estarán felices de dejarte ir”, dijo. “¿En serio? ¿Todo lo que tengo que hacer es pedirlo?”
“Absolutamente. Solo mantén presente que, a menos que aprendas a amar el trabajo que tienes ahora, tendrás el mismo trabajo miserable por el resto de tu vida”. Tomé su consejo como tarea divina. Hasta ese momento, había creído erróneamente que la disciplina significaba mantenerme dentro de unos límites inflexibles y hostiles para forzarme a caminar por una línea recta y estrecha. Pero eso nunca funcionó.
Aprendí que el origen de la palabra disciplina es “discípulo”. Decidí ser un discípulo del amor. Ahora pienso en la disciplina como un freno y una redirección. Me freno de reaccionar al miedo cuando aparece en mí como rabia, preocupación, envidia o autolástima. Utilizo las negaciones y afirmaciones de esta oración: “Dios quita mi miedo (preocupación, duda, resentimiento, o rellena el espacio en blanco) y redirige mi atención a ser lo mejor que puedo ser”. Esto me inspira a tomar una acción contraria a mi vieja manera de reaccionar. Avanzo decidido en el camino del amor, que siempre me lleva a obtener resultados mejores que los esperados.
Tomé a pecho las palabras de mi amigo. Me quedé en la Guardia Costera y me comprometí a amar mi trabajo. Comenzaba cada mañana conectándome con Dios. Disfrutaba de una taza de café y leía de libros de meditación y devocionales, incluyendo La Palabra Diaria.
Me discipliné para que mi responsabilidad fuera expresar amor; ser un embajador del amor de Dios para las personas que encontrara en mis actividades diarias. Eso me inspiró a ver el rol de mi vida como algo más significativo que cualquier título laboral. La verdad espiritual que siempre recibimos lo que damos afianzó mi comprensión. Recuerdo haber escuchado: “Bendice algo y eso te bendecirá a ti. Maldice algo y eso te maldecirá a ti”.
Me convertí en una máquina de bendiciones. En silencio bendecía a mi casa, mi uniforme, el camino al trabajo, a los extraños que pasaban por la acera, a mis compañeros de trabajo, hasta el papeleo que debía completar. Lo que fuera, hasta un problema, yo lo bendecía. Mi trabajo comenzó a transformarse. Cada día era una aventura de fe. Comencé a esperar cada día con expectación gozosa. Siempre tenía algo para dar, aunque solo fuera una sonrisa.
Al vivir de esta manera, comencé a subir de rango. Para fin de año, fui asignado al puesto de Enlace de la Policía Militar del fiscal del estado de Hawaii. En esa posición, representé a todas las ramas de las Fuerzas Armadas. Estaba actuando como un embajador. No solo completé mis cuatro años de servicio, sino que estaba pasándola tan bien que extendí mi servicio un año más. Mi amigo tenía razón. Sin importar el trabajo, siempre estoy bien compensado cuando sirvo como embajador del amor de Dios.
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