Amables lectores, me place saludarles en este nuevo año que apenas inicia, y con la certeza de que este también será un buen año, quiero compartirles un poco de mi segunda experiencia en el Pico Duarte. Por si se perdieron la primera y desean leerlo, aquí les dejo estos dos enlaces del blog donde les cuento sobre ella:
Expedicion al Pico Duarte
Ensenanzas del viaje al Pico Duarte
En esta ocasión se nos unió Viola Milagros, mi hija mayor. Seria pedirle demasiado al universo ir con la familia completa (mi esposo y mi hijo también), esa posibilidad no está en sus intereses de vida, así que para mí fue más que un privilegio compartir esta experiencia inolvidable con Viola y repetirla con Emilia Harolina, mi hija menor, pionera de estas aventuras de montaña en la familia.
Antes que nada, hago una mención y agradecimiento especial a Cristiam Zamora, un valioso joven colombiano (ya casi dominicano), que estuvo cuidando mis pasos y los de Viola, sirviendo de apoyo en los momentos cruciales, incluso exponiendo más de lo permisible su integridad física, bendiciones abundantes a su maravilloso Ser.
El primer día, entusiastas y alegres partimos a conquistar una aventura que prometía ser mas cautivante de lo esperado.
A decir verdad este día fue una prueba de fuego, subir La Sabrosa después de llevar unas horas de camino no me supo a mucho, pero luego subir El Rodeo, no tiene comparación, a partir de ahí supe que estaba físicamente mejor de lo que creía. Esa loma te maltrata, te saca el jugo y exprime el aliento, pero a la vez te fortalece y te sirve de terapia, te dices “Si pudiste con El Rodeo, puedes con todo”.
Así que caminar luego por el Filo de la Navaja y desde allí divisar el Pico Duarte y La Pelona en todo su esplendor me supo a gloria.
Llegar al anochecer a Las Guácaras, donde íbamos a pernoctar, fue llegar al paraíso.
Resultó ser un lugar muy acogedor y con buen clima, nada de fríos extremos. Allí disfrutamos de un necesario y rico baño en las frías aguas del río, luego una suculenta comida junto al fuego.
Intercambiamos historias y admiramos el cielo estrellado, finalmente nos retiramos a descansar y dormir.
El segundo día, nos levantamos temprano agradecidos de la noche reparadora, desayunamos y emprendimos el camino hacia el valle de Bao, nuestra próxima meta.
Ese día todavía bajo los efectos físicos del Rodeo el cuerpo se sintió, fue dura y larga la caminata, subimos y bajamos, cruzamos varios ríos, volvimos a subir y a bajar…
A pesar de eso, llegamos temprano al hermoso valle de Bao, donde pasaríamos la noche. Cristiam fue un ángel para mí en la mayor parte de este trayecto.
La majestuosidad de La Pelona que se ve desde el valle de Bao bien al fondo, como algo inalcanzable, te hace dudar si lo lograrás, y a la vez te dice que muchos lo han logrado y te invita a prepararte mentalmente para subir a su encuentro. El río Bao de aguas heladas nos permitió reponernos y sentirnos mejor después de un rápido baño.
El atardecer fue inmejorable, dejándonos ver un área dorada aún por el sol en medio de la niebla.
La noche fría y hermosa, con un cielo pletórico de estrellas no tuvo desperdicios.
El tercer día nos levantamos temprano, esta vez además del Pico, escalaríamos también La Pelona, la segunda montaña más alta del país y el Caribe, con apenas una diferencia de 2 metros del Pico Duarte.
Amanecer en Bao, con niebla y La Pelona de fondo mientras tomamos un delicioso chocolate.
Parte del grupo y el grupo completo antes de partir hacia La Pelona.
Caminamos un largo trayecto hacia La Hamaca, para luego escalar La Pelona.
La Pelona en la lejanía es imponente, majestuosa, intimidante. En la cercanía, la aprecias con menos temor, pero con el mismo respeto y admiración, tiene un alto grado de dificultad por lo largo y accidentado del trayecto, con una gran cantidad de piedras y enormes rocas en su paso, además de los famosos pajones de hierba.
La escalamos juntos y despacio, algo que definitivamente agradecí en el alma, ya que para mí fue el mayor reto. Les cuento que creí que me iba a desmayar al llegar a la cima, en ella se aprecia una roca volcánica gigantesca y agrietada.
Joel, un ágil joven que hizo de fotógrafo oficial, posando en la cima de La Pelona.
Viola y Emilia posando en La Pelona.
Gracias a la estrategia de subirla a pasos cortos y a menor velocidad, y al apoyo de Andy, Emilia, Tony, Cristiam… y muy especialmente a la fortaleza divina, lo logré, pero no tuve el tiempo suficiente para reponerme y apreciar la vista en todo su entorno.
Me tomó unos cuantos minutos reponer el ánimo, apenas me dio tiempo para esta fotografía con Viola en la cima, ya que no podíamos demorar el descenso, todavía nos esperaba el Pico.
Duramos algo más de dos horas para subir La Pelona y menos de una para bajarla, rumbo al valle de Lilís. Allí merendamos para luego subir al Pico.
Viola y yo antes de escalar el Pico Duarte, subirlo fue menos demandante, el camino resultó tedioso y largo más que agotador.
Emilia apoyando a Viola en la cima y luego las tres, en un momento único y quizás irrepetible
Fue muy emotivo, al menos para Viola y para mí, ya que se sintió bien llegar a la cima y caminar todo el trayecto durante esos tres días con nuestros propios pies, y saber toda la energía y esfuerzo que nos costó. Hacer todo el trayecto a pie, sin lugar a dudas hace que lo valoras más.
En parte me sentí como si fuera mi primera vez y me contagiaron las lágrimas de Viola, que se hallaba sometida a tantas emociones encontradas, con una mezcla rara de miedos enfrentados y vencidos (ella le teme a las alturas entre otras cosas), de certezas confirmadas (comprobó que cuando se quiere, se puede), y una tímida y nerviosa felicidad por alcanzar la meta sin desmoronarse, todo eso sumado a un deseo indescriptible de dejarlo todo atrás y huir del lugar, para no tener que seguir enfrentando temores y terminar aceptando que somos víctimas y prisioneros del miedo y de nuestras absurdas limitaciones.
El grupo reunido en el Pico, preparado para entonar el Himno Nacional.
Regresamos al valle de Lilís ya que pasaríamos la noche allí, desde donde puedes divisar mejor La Pelona y el Pico, incluso la Bandera Nacional en la cima, siempre y cuando no haya neblina.
Quizás sea el lugar más frio de todos los campamentos, dicen que el frío de Lilís en las noches es matador, no hay río cerca por lo que tampoco hay posibilidades de darse un baño reparador, aunque muchos dicen que de haberlo sería imposible bañarse en el por el frío extremo, se duerme poco allí, pero sin dudas es el campamento más grande y amplio con área de baños bien espaciosa y equipada, solo le falta lo principal, el agua.
El canto de estas aves llamadas Cao, familias de los cuervos, nos acompañó en gran parte del trayecto, comen pan y otros alimentos.
Ya tarde, en el silencio de la noche, afuera soplaba el viento como un mar embravecido y dentro se escuchaban los quejidos por el frío.
El cuarto día salimos temprano rumbo al valle del Tetero, donde descansaríamos esa noche y el día siguiente completo. El agotamiento físico ha dejado huellas en mi cuerpo, pero a pesar de eso saco fortaleza para seguir y lograr otro día sin ayuda de las mulas.
Nos encaminamos hacia La Compartición, punto obligado de las rutas más transitadas y el campamento más conocido por la hospitalidad que ofrece (caseta grande, agua, baños, área de fogata, cocina, clima aceptable y su proximidad al Pico).
Aquí posando las tres en el área de La Compartición.
Fue la ruta menos exigente, a pesar de las subidas y bajadas, era el terreno menos empinado de todos.
Subir la famosa “Velita” donde nos combatió bastante el sol, fue el trayecto mas agotador, también la subimos muy juntos y despacio. Agradezco sobre manera la ayuda y las instrucciones y motivación recibida de Tony en este trayecto.
Bajar luego el “Arrepentimiento”, definitivamente es todo un reto, pero créanme si les digo que es mejor que subirlo, como me tocó el año pasado y me vi en la necesidad de terminar de subirlo en mula.
Después de varias subidas y bajadas llegamos al cruce de La Laguna y a partir de ahí fue más bien de bajada y alguna que otra subida rumbo al valle del Tetero.
Llegamos a Tetero con lo claro del día y acampamos en medio del valle y próximo al río, donde nos bañamos antes de caer la noche, el agua es sumamente fría.
Cayó la tarde y pasamos la noche allí.
Los jóvenes aprovecharon para jugar y divertirse un poco y acostarse más tarde, ya que pasaríamos el día siguiente también allí.
El quinto día lo tomamos de descanso. Fue un día grato, de compartir y descansar, se pasó entre conversaciones, visitar la caseta del Tetero, el balneario La Ballena, piedras con inscripciones indígenas…
Ya en el campamento entre salones de belleza, masajes y terapias, comida, risas y juegos (twister y vitilla), nos llegó el atardecer, en franca comunión del grupo.
La noche junto al fuego tomó su matiz de historias inolvidables, testimonios que se quedaron grabados para la posteridad bajo un hermoso cielo.
El sexto día en la madrugada, pude apreciar en soledad el cielo plagado de estrellas en medio del silencio, el frío y la oscuridad de la noche, un momento divino.
Al amanecer salimos temprano a emprender el camino de regreso al hogar.
Dejamos el valle del Tetero sonrientes, alegres y regocijados.
Llevábamos la satisfacción de la meta lograda y algo más, sumado al anhelo de volver a casa junto a nuestros familiares.
Luego de los ejercicios de calentamiento bajo la dirección de Tony, subimos para dejar atrás el valle con la emoción del primer día y la gratitud del último, rumbo al cruce de La Laguna.
Nos cruzamos con otros grupos que iniciaban la travesía rumbo al Pico y al valle del Tetero, les deseamos suerte.
A partir del cruce de La Laguna nuestro camino fue prácticamente de bajada, hacia Los Tablones y luego hacia La Ciénaga de Manabao en Jarabacoa.
El famoso ¡Llegandoooooo!
Se hizo realidad, eso parece decir la Dra. Licelot, una veterana piquera.
Por fin llegamos y tomamos los autobuses que ya nos esperaban para llevarnos de vuelta a la capital, al hogar, dulce hogar, ¿Verdad Emilia?
De vuelta a la “civilización”, rebosantes de alegría en un parador del camino.
Posando con dos ángeles custodios, Cristiam y Tony
SINTETIZANDO
Les cuento que a pesar del esfuerzo físico, me gocé estos días y en esta oportunidad tuve la dicha de hacer toda la travesía a pie, esa era mi meta, no tener que auxiliarme de las mulas. Aunque les confieso que por momentos estuve a punto de romper mi compromiso y hacerlo, ya que fueron días agotadores de largas, extenuantes y de intensas caminatas, tanto de subidas como de bajadas, pero definitivamente prefiero estas últimas, las subidas son mi mayor reto y me desgatan demasiado por la falta de oxigeno y no saber manejar mejor la respiración en esas alturas.
Pero pese a todo, el goce es indescriptible, se la pasa bien y se disfrutan estos inolvidables momentos entre la naturaleza y los compañeros piqueros.
Para mí fueron seis bellos e intensos días, duros, largos y maravillosos, inolvidables y muy hermosos. Caminábamos la mayor parte del día. Compartimos hermosos paisajes, baños en ríos de aguas frías y cristalinas que nos devolvían a la vida, sueños, cuentos, comida, frio, risas y alegrías, gestos de solidaridad y una que otra queja, lesión y cansancio, pero nunca desmayamos, el apoyo fue colectivo y la hermandad y solidaridad se hizo presente siempre en este grandioso grupo de 48 personas jóvenes y algunos menos jóvenes como yo, pero con un espíritu rebosante de energía y ganas de explorar y sentir otras vivencias gratificantes, que a pesar de ser tan físicas, esconden una magia espiritual inexplicable, solo se entiende al vivirla.
He vuelto al Pico Duarte a devolverle lo que me traje el año pasado y le pertenece, lo he dejado allá, he cerrado otro ciclo, otro capítulo de mi vida.
He conocido a otras personas, otros valles, escalado otra majestuosa montaña (La Pelona) y otras lomas como La Sabrosa y el Rodeo, y he regresado sana y salva, agradecida y fortalecida en cuerpo y alma, crecida en sabiduría, en valores, en esperanzas, con la certeza de que somos fuertes y poderosos, invencibles, de que la unión nos hace más fuertes y de que las vicisitudes nos forjan el carácter. Consciente y agradecida de lo que poseo y de lo que puedo llegar a alcanzar si me lo propongo.
He vivido una experiencia inolvidable, a mis 57 años es más que un reto, es un privilegio, a pesar de mis supuestos quebrantos de salud lo he logrado, mis rodillas han respondido muy bien al igual que el resto del cuerpo. Del alma ni hablar, está más que satisfecha, renovada y agradecida del universo y la divinidad, que definitivamente se ha puesto nuevamente para mí, para hacer otro reto realidad.
Gracias de corazón al Poder Supremo, al Universo y la fuente de poder divino que soy, a cada uno de los participantes, desde los guías y las mulas, los coordinadores Amín, Cornelio, Andy, Frandy (sin ellos no sería posible). A mis hijas (Viola que siempre estuvo pendiente de mí y Emilia que me ayudó en momentos extremos), a mi esposo Félix Disla y a mi hijo Félix por su comprensión y paciente espera en el hogar. A los compañeros de caminata como Cristiam (mi ángel guardián), Licelot, Felo, Arezo, Harold, Yantery, Tony, Jonathan, Danny, Argelia, Jeudy, Carlita, Irene, Rosmery, Colome, Pablo (que lleva una funda para ir recogiendo la basura que encuentra a su paso)…
A TODOS, desde Amín (la voz oficial del grupo coordinador) hasta Nicole, la niña que formó parte del grupo dándonos muestras de valor y arrojo y convidándonos a dejar salir a nuestro niño interior.
El grupo humano fue genial, cada uno dejó sus huellas imborrables en la tierra y en los corazones. Con cada paso vibramos con la tierra y cada vibración marcó un nuevo latido en el corazón, al unísono con la naturaleza.
Algo cambió definitivamente en nuestras vidas, y los días llevarán siempre el aroma inolvidable de esos días vividos. Ya no veremos una montaña como lo hacíamos antes, como algo lejano e inalcanzable, a partir de esta travesía veremos nuestra silueta subiendo por cada trillo que divisemos desde lejos, con una vibrante palpitación en el corazón, que nos hará decir lo siguiente:
“Siempre Seremos Uno, La Montaña y Yo”
I. Harolina Payano T. Fluyendo armoniosamente.
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