Sin ir muy lejos años atrás, el ser amables era parte de todos los ciudadanos del mundo, bueno, para no caer en exceso, debo decir de casi todos, pues siempre hay sus excepciones. Cuando en el mundo imperaban otros valores y estilos de vida, era fácil ser amables y amistosos, además de condescendientes y respetuosos.
Hoy por hoy, predominan otros estados de conciencia basados principalmente en el miedo y la ambición, el deseo de poder, protagonismo e individualidad suprema, lo cual ha hecho que cambien nuestros valores y prioridades, por ende, nuestra manera de pensar y actuar.
De un tiempo acá se nos ha entrenado en la lucha por alcanzar un cierto estatus personal y social, por lo que vivimos en franca competencia, en un eterno forcejeo por tener, por adueñarnos siempre de la razón, justificando así nuestras acciones. Esto es agotador y crea conflictos.
Lo extraño es que en un mundo que supuestamente se ha globalizado, las personas nos hayamos alejado unos de otros, convirtiéndonos en islas.
Amabilidad se escribe con A de Amor, y me gusta decir que es la mezcla de estos dos vocablos
Amor – habilidad, por lo que la amabilidad es la habilidad de amar…
Aunque no podemos cambiar la actitud mundial, si podemos cambiar nuestra actitud ante las situaciones de la vida y los acontecimientos personales.
Ese ligero cambio se irá expandiendo a través de nuestras vibraciones energéticas y creando un ambiente menos hostil y más amable.
Esto se logra permitiendo que tu corazón guíe amablemente a tu cerebro, de lo contrario tu cerebro pateará a tu corazón cuantas veces quiera hacer su voluntad por encima de tu bienestar y el de los demás.
Por eso, finalizada la temporada de pascua (independientemente de que creamos en esto o no), hagamos un compromiso con nosotros mismos de ir por la vida con un enfoque diferente al actual.
En lugar de estar tensos, vayamos relajados, sin oponer resistencia al libre fluir de la vida, escuchando la guía interior, actuando con ligereza, con una sonrisa a flor de labios, dispuestos a brindar cooperación armoniosa, para así vencer y disolver ese imperio de angustia y competición en el que nos desenvolvemos, creando un ambiente tóxico que corroe la mente y el corazón y acabará destruyéndonos.
Seamos amables de corazón, no por mero interés, y hagamos de eso un estilo de vida, el cambio empieza en uno, y como una reacción en cadena al cambiar, observaremos el cambio en los demás.
Comencemos con un paso a la vez, con una sonrisa, un gesto de cooperación, una determinación de perdón, y una serenidad espiritual que esparza quietud por doquiera que vayamos.
Y hablando de quietud, permítanme compartir este hermoso poema que publica La Palabra Diaria de este mes de marzo . Es precioso, reflexivo y aleccionador. Al menos, así lo creo.
En quietud
Por Karen Nowicki
En la quietud encuentro fuerza para soltar,
el control sobre lo que creí que debía plantar.
Ya no cargo el peso de la prisa implacable,
mi actitud lo permite, sin ser vulnerable.
Observo con quietud en mi corazón,
y hallo en ese instante una nueva dirección.
En vez de enfocarme en las carencias,
agradezco cada aliento, cada momento,
con reverencia.
El mundo quizá exija y grite con urgencia,
mas aquí, en el silencio, respiro mi esencia.
En esta pausa sagrada, el tiempo dejaré ir,
pues aquí observo la belleza de
simplemente existir.
Aprovecho para dejarles una antigua entrada relacionada La costumbre de reaccionar y el siguiente vídeo que contiene un introspectivo mensaje de Victoria Lusson Caballero titulado ¿Cuál es tu adicción?
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