Como el verano de por sí es agotador, el sol hace lo propio, nos suele dejar algo cansados y descargados de energías (pues las usamos a placer), deseo hacerles una invitación en este inicio de la temporada de otoño (la estación que por fin conocí el año pasado), la época ideal para soltar las cosas muertas y abonar con ellas la tierra, y que ejemplifica el soltar y dejar ir.
Esta entrada es una invitación a priorizarse y aquietarse, a deja ir todo aquello que no beneficia nuestro crecimiento y desarrollo emocional y espiritual, a hacer una pausa y renovarnos internamente, y a darle un descanso al cuerpo y al alma.
Los exhorto sencillamente por un par de horas al día, a soltar las cotidianidades, los afanes y compromisos, los problemas y pensamientos estresantes, la tecnología, la familia..., TODO, menos a vuestro Ser, a quedarse solamente con ustedes y nada ni nadie más.
Que diariamente estas dos horas, sean un tiempo de serenidad sin ninguna meta a lograr, solo el mero hecho de estar sintiendo que viven para ustedes. Relajados, sin más pretensión que la contemplación exterior, que los llevará a una contemplación interior enriquecedora.
Que sea un tiempo en el que permanezcan libres de prejuicios y de necesidades por satisfacer, si no les son posibles dos horas (no tienen que ser corridas), podrían fragmentarlas en cuatro espacios de media hora cada día o como lo prefieran, si no, al menos regálense una hora... ¡Priorízate! Tu Ser lo agradecerá.
Que conste, que no les hablo de meditación, de rutinas ni ritos estudiados, de gimnasia o terapia de grupos, les hablo de silencios, de estar en soledad y relajados, mirando el panorama (el cielo, un árbol, un ave...), les hablo de dejarse caer en ese estado de nada, sin preocupaciones ni tareas pendientes, al estar entregados así, a esa serena y placentera contemplación, sin darse cuenta quedarán sumergidos en la proyección de esa contemplación y en la profundidad de su Ser, y descubrirán lo vasto, generoso y sublime que es.
El otoño es un buen momento de reevaluación de nuestros actos, y para hacerlo, primero debemos despojarnos de ese traje que tanto pesa sobre nuestra verdadera identidad, haciendo ese silencio, entrando en ese estado de nada que lo contempla todo, y soltando lo que no es de nuestra incumbencia, así lograremos que el espíritu vuele alto, libre, y deje ver y sentir toda su grandeza y su maravilloso trascender.
Lo grandioso de entrar en ese estado contemplativo, es que aún estén aparentemente solos, se darán cuenta de que no es así, nunca estamos completamente solos. Muchas personas se deprimen pensando en esto y sintiéndose en soledad, es porque no se han dado cuenta de que en soledad, es cuando más acompañados estamos, la inmensidad del universo está ahí con nosotros y para nosotros, a nuestra disposición.
Aprendamos a vivir plena e intensamente nuestra riqueza interior, dejemos espacio para que el alma sea parte de nuestras vivencias y toma de decisiones, y permitamos que nuestro espíritu se manifieste, dejémoslo ser tal cual es.
No aplastemos su grandeza y hermosura en nuestro interior, conformándonos con ser menos de lo que somos, siguiendo patrones de conducta establecidos y masificados, alucinados por el bullicio exterior y las culpas y lamentaciones internas.
Hay una frase que se le atribuye a Pitágoras y dice así: “El comienzo de la sabiduría, es el silencio”
Seamos sabios pues, guardemos silencio, y despojémonos de todo aquello que nos estorba.
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