El Tintero de Oro celebra un concurso en homenaje a “Desayuno en Tiffany's”, una obra de la literatura llevada con elegancia al cine.
¿Y qué creen? He escrito un relato fuera de concurso, el cual comparto al final del siguiente análisis que me ha inspirado la actuación de Audrey Hepburn (como Holly), en la película.
Vi la película por primera vez el año pasado, no la conocía, y como no he leído el libro, quizás este análisis del personaje de Holly en la película, no se corresponda con el del libro.
Me ha sorprendido mucho el personaje que con tanto carisma interpreta Audrey Hepburn, porque es una aleación de una mujer de este tiempo, o sea, perteneciente a este mundo moderno y acelerado que quiere vivir bien, en sus anchas y largas, pero que en el fondo, y hasta cierto punto, su inocencia natural, y su buen corazón, la llevan a actuar también como en los tiempos de antaño, o sea, como una anticuada mujer que lucha internamente por ser moderna, lo que a mi juicio la hace merecedora de una atención especial.
Holly posee una personalidad atrayente, es muy extrovertida, tiene claro lo que desea y lo que no (al menos, eso piensa ella), conjuga magistralmente una apariencia frívola, con una ingenuidad apabullante, desprovista de malicia alguna, pero majadera, ambiciosa y caprichosa. Sumando a eso su juventud, belleza y encantos femeninos, y su gran corazón, sin duda estamos frente a un ser muy especial que a nadie deja indiferente, o mejor dicho, que a todos impresiona y enamora.
Con todos esos atributos, ella es lo máximo de la película. Ambiciosa, enfocada en una meta cueste lo que cueste, con esa mezcla de niña y mujer, de bondad y algo de perversidad, de ingenuidad e irresponsabilidad frente a la vida, con una inmadurez que se sabe vestir de seguridad y madurez. Llevando a cabo este papel con una coqueta elegancia que la hace irresistible…
Es capaz de invitar a todos a su casa y armar un revuelo, para luego dejarlos en un caos total y salir de ahí como si no fuera asunto suyo y nada fuera su responsabilidad. Capaz de flirtear con todos, con aquella encantadora y seductora inocente dulzura, y decidirse desfachatadamente por el más adinerado como una vulgar caza fortuna.
Capaz de entrar a Tiffany's, esa famosa tienda de joyas y diamantes que tanto le gustan y atraen, y conformarse con un anillo barato, solo por saber que allí fue comprado, o porque en su fuero interno ama a ese alguien que se lo va a regalar, o por una mezcla de ambas razones. Pero como ese hombre no llena sus aspiraciones de lujo y confort, no es capaz de rendirse ante ese amor y sigue fingiendo estar bien, mostrando frialdad, porque no desea tronchar sus sueños. Por esto es capaz de mentir con tanta naturalidad, que difícilmente se delata.
Ella tiene el coraje de sacar fuera del auto en plena lluvia torrencial al gato que adoptó, al que ni un nombre le da, solo le llama “gato”, para no crear lazos afectivos, y abandonarlo sin pesar o remordimiento aparente.
Todo esto por estar bajo el influjo de una crisis existencial, ese “Ser y no Ser”, “Querer, no tener y creer merecer”, por tener esa desparpajada ambición por el lujo y el mundo frívolo de las altas esferas de la sociedad, en contradicción con una sencillez de alma y una cándida dulzura, tan real…, que la hace brillar con luz propia.
Esa magistral interpretación de Audrey, hace de un guión simplón y para nada inventivo, más bien, común en el colectivo humano, una obra irrepetible, convirtiendo esta película, en un clásico del cine.
Con una tremenda contraposición de la dualidad del Ser, formando un cuadro psicológico que a simple vista parece trivial, pero que en profundidad, descubre el mundo interior de muchos seres humanos que andan en busca del bienestar social, ser aplaudidos y admirados por los demás, lo que creen les llenará de satisfacción y felicidad. Pero muy en el fondo, no suelen serlo, aunque aparente ser lo que deseaban, porque después de todo, este logro es efímero, superficial e insustancial, y lo que buscan en realidad es sentirse amados, ser aceptados tal cual son, en lugar de rechazados.
Todo lo dicho sobre Holly, me hizo recordar una canción que interpreta Joan Manuel Serrat en su álbum Tarres Serrat, de los cubanos, Sánchez Galarraga y Graciano Gómez, titulada, “Yo sé de una mujer”, en especial por sus dos últimas estrofas, y más específicamente aún, por los dos últimos versos que pongo en cursiva, aquí les van sus letras:
Yo sé de una mujer que mi alma nombra
Siempre con la más íntima tristeza
Que arrojó por el fango su belleza
Lo mismo que un diamante en una alfombra
Más de aquella mujer lo que me asombra
Es ver cómo en un antro de bajeza conserva
Inmaculada su pureza como un astro
Su luz entre la sombra
Cuando la hallé en el hondo precipicio
Del repugnante lodazal humano la vi tan inconsciente
De su oficio que con mística unción besé sus manos
Y pensar que hay quien vive junto al vicio
Como vive una flor junto a un pantano
Al final les dejo el video con la canción por si no la conocen, es cortita pero muy bonita.
¡Y ya por fin, el relato, espero que les guste!
Las perlas de nuestra vida 846 palabras
Siempre que íbamos a salir de fiesta nos ocurría lo mismo, a la hora de elegir el vestuario, ella se proponía volverme loco, era una odisea hacerle entender que siempre lucía hermosa, que la percha era más bella y valiosa que el vestido.
Después de horas de medirse ropas y verse al espejo, me hacía entrar en la habitación para auxiliarla y ayudarla a elegir, por más que daba mi aprobación, nunca estaba satisfecha y terminábamos saliendo de tiendas.
No sabía cuál calvario era peor, porque en la casa me daba mis escapaditas con el pretexto de buscar algo en el refrigerador, para ver cómo iba el juego en la tele, pero en las grandes tiendas, era todo un horror pasar tanto tiempo, y verla de pasarela en pasarela, mientras el fútbol se ponía mejor…
Confieso que al principio lo disfrutaba y me divertía, estaba orgulloso de lucirla del brazo y hasta me producía cierta excitación ese desfile de moda.
Los escotes sugerentes, lo ajustado de sus bien contorneadas caderas, ver ese lunar en su nuca y ayudarle a subir el cierre tocando su piel, erizada por el frío del aire, o por el contacto con mis manos. Me decía que era por lo primero y yo insistía que era por lo segundo, y reíamos con discreción, sellando nuestros labios con un suave beso.
Al final ver lo hermoso que lucía el vestido en ella, porque hay que decirlo, en el escaparate no decía nada, pero en ella, era todo un monumento a la creación. Su gracia natural y sus seductores movimientos insinuantes, me hacían sentir en las nubes, sobre todo porque al llegar a casa, estaba tan excitado y ella tan emocionada, que el cielo nos quedaba bien cerca y el paraíso dejaba de ser una tentación.
Luego, decidido ya el vestido, venían los accesorios, zapatos, cartera y las joyas.
Aunque suene raro, porque se de muchos hombres que se quejan más de la indecisión por los accesorios, en mi caso esta parte era la mejor. Tenía predilección por un modelo muy personal de calzado, que en sus delicados pies se hacía más elegante de lo que era, y la cartera era pan comido, no era nada maniática con esto, su sencillez era apabullante a la hora de elegir esta pieza.
Ahora bien, las joyas le enloquecían por completo, quería llevarlas todas para ir cambiando algunas a medida que iba pasando la noche, nunca entendí esa costumbre, no sé qué extraña manía o ceremonia de cambios era esa, pero lucía al menos cinco piezas diferentes en una misma noche, y siempre acostumbraba a lucir el mismo collar de perlas que le regalé, a la hora de llegar y a la hora de irnos de retirada.
¿Cómo lo tenía tan bien calculado?, ni me lo puedo imaginar, lo único que les puedo contar es que el pequeño collar de perlas y sus respectivos zarcillos, sin importar el vestido que llevara, eran su acompañante de entrada, y de salida también, y lo cierto es que le quedaban soberbiamente hermosos.
A veces me preguntaba si alguien notaba ese cambio de prendas, o solo yo lo hacía. Una vez la abordé y me dijo lo siguiente
−Cuando nos comprometimos me regalaste ese bello juego de perlas que tanto me gustaba, a veces no es lo que quisiera llevar puesto, pero al usarlo, estés conmigo o no, me hago la idea de que estás ahí, luego lo cambio en varias ocasiones por otras joyas, y me libero y te libero, al ponérmelo de nuevo, me vuelves a acompañar.
Créanme que no entendí lo que me quiso explicar, pero aprendí algo muy importante, en algunas ocasiones, es mejor, no preguntar… Y continuó diciendo.
− Tal vez no lo recuerdas, éramos unos críos, pero cuando nos besamos por primera vez, hicimos un pacto genial, no olvidar cómo empezó todo, eso nos daría fuerzas para llegar juntos hasta el final.
Al ver mi cara de sorpresa o de tonto, me lo volvió a explicar.
Nuestro inicio fue hermoso, y el amor creció entre nosotros, el día del compromiso, junto a ese collar escribiste una tarjeta que decía algo muy particular:
“Este regalo es un símbolo de nuestra unión, representa dos cosas que no debemos olvidar.
El collar adornará tu cuello, pero representa nuestras voces, que deben ser siempre tan elegantes y delicadas como esas perlas, que al paso de los años conservaran su brillo nacarado, al igual que nosotros, el estar enamorados.
Los zarcillos adornarán tus orejas, pero son nuestros oídos, nos recuerdan que hay que saber escuchar, representan nuestra mutua atención, respeto y consideración”.
Quedé estupefacto, embelesado, sí que lo había olvidado por completo. Sonrió, como acostumbra hacerlo, incitando al beso. La besé y abracé contra mi pecho como aquella primera vez, y nuestros ojos se miraron con pasión abrasadora y se dijeron lo que pronto nuestros cuerpos ardientes corroboraron, el amor verdadero, se entrega por entero...
Desde entonces trato de ser paciente con los avatares de nuestras salidas, aunque también debo decir que cada día salimos menos y la amo más.
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