La meditación, definida comúnmente como pensamiento
o consideración detenida y cuidadosa sobre un asunto, o como la oración o rezo
que se hace en silencio y que se basa en la reflexión, se caracteriza
normalmente por tener algunos de estos rasgos:
* Un estado de concentración sobre
la realidad del momento presente.
* Un estado experimentado cuando la
mente se disuelve y es libre de sus propios pensamientos.
* Una concentración en la cual la
atención es liberada de su actividad común y es focalizada en Dios (propio de
las religiones teístas)
* Una focalización de la mente en un único objeto de percepción, como por
ejemplo la respiración o la recitación constante de un vocablo o de una
sucesión de ellos (mantras).
En sentido general, la meditación es un
ejercicio mental usado desde tiempos inmemoriales en oriente y que se ha puesto
muy en boga en occidente desde hace unas tres décadas atrás, para el cual se
aconseja estar en un lugar tranquilo y silencioso y dejar a un lado cualquier
pensamiento o actividad cotidiana para estar mejor sintonizados con el
espíritu.
Si bien es cierto que todo esto es válido para
concentrarnos y sintonizar con nuestra fuente de energía y sabiduría, a mi
entender no es menos cierto que cada instante de nuestra vida es en sí una
meditación, todo va a depender del enfoque y la atención que le pongas a la
cantidad de energía que emplees y que liberes al vivir ese instante. No
necesariamente debemos estar absortos, en silencio, quietos y con los ojos
cerrados, pero si obligatoriamente concentrados en lo que estamos viviendo
internamente a cada momento, en el ahora sagrado, que se compone de una
secuencia armónica de cortos instantes que le dan cuerpo y forma a la vida
presente.
Cuando alcancemos un alto nivel de
concentración en cada momento de nuestra vida, sin desperdiciar o perdernos de
nada y sin necesidad de apartarnos y dejar lo que estamos haciendo, pues el
hacer es nuestro mejor talento, entonces podremos decir a boca llena que sabemos
lo que es la meditación, que la conocemos y la practicamos diariamente, en todo
momento y en cualquier lugar. Lo otro es simplemente un ejercicio para aprender
a meditar, que no es otra cosa que unificar el cuerpo, la mente y el espíritu,
que muy a menudo deambulan cada una por su lado.
No comparto la opinión de que hay que acallar
la mente, de que la meditación es la “no mente”, aquietarla si para que no tome
el mando, ya que el ser humano es a diferencia de los otros animales, “razón”,
no solo cuerpo y espíritu y por más que nos empeñemos en alejarla o callarla brevemente,
no podemos negarla ni callarla definitivamente, creo que más se trata de acoplar,
armonizar y unificar el cuerpo, la mente y el espíritu, sin deshacernos
momentáneamente de ninguna de las tres. Aún sea para facilitarnos el aprendizaje,
pienso que excluir la mente no es la mejor opción.
Lo ideal sería todo lo contrario, aceptarla,
escuchar con atención lo que dice y usar la fuerza del espíritu como filtro
purificador y transformador de sus palabras para devolverlas libre de impurezas
y la mente ya tranquila pueda canalizarlas y guiarlas al ser, para que actúe
alegre y libre, de acuerdo a su naturaleza, a su trilogía (espíritu, cuerpo y mente),
sin tener que desconectar a ninguna de las tres, sino sintonizar en la misma
frecuencia, los pensamientos, las emociones y los movimientos, transformándolos
a través de respiraciones espirituales llenas de sabiduría, en pensamientos
elevados y puros que produzcan a su vez movimientos armónicos y acciones
apropiadas para llevar una vida centrada, placentera y reconfortante.
Ese flujo constante de información y
purificación del pensamiento que se realiza entre la mente y el espíritu, al
unísono con las tareas regulares del cuerpo, sin sacarlo de su cotidianidad;
esa interacción que se ejecuta entre cuerpo y espíritu sin quitar a la mente
del escenario, dándole participación y su lugar; y ese intercambio en el
lenguaje amoroso con el que se entienden el cuerpo y la mente en presencia y
bajo la influencia del espíritu, para ofrecernos una vida sana, es el resultado
de la verdadera meditación, que no es ocasional ni temporal, sino continua, y
no exige silencios externos ni pausas cotidianas, sino más bien calma, atención
y concentración interior, que se logra con una buena dosis de autocontrol, confianza,
paciencia y sobre todo fe y amor.
Harolina Payano. Fluyendo armoniosamente.
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