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sábado, 25 de abril de 2015

La meditación

La meditación, definida comúnmente como pensamiento o consideración detenida y cuidadosa sobre un asunto, o como la oración o rezo que se hace en silencio y que se basa en la reflexión, se caracteriza normalmente por tener algunos de estos rasgos:
* Un estado de concentración sobre la realidad del momento presente.
* Un estado experimentado cuando la mente se disuelve y es libre de sus propios pensamientos.
* Una concentración en la cual la atención es liberada de su actividad común y es focalizada en Dios (propio de las religiones teístas)
* Una focalización de la mente en un único objeto de percepción, como por ejemplo la respiración o la recitación constante de un vocablo o de una sucesión de ellos (mantras).
En sentido general, la meditación es un ejercicio mental usado desde tiempos inmemoriales en oriente y que se ha puesto muy en boga en occidente desde hace unas tres décadas atrás, para el cual se aconseja estar en un lugar tranquilo y silencioso y dejar a un lado cualquier pensamiento o actividad cotidiana para estar mejor sintonizados con el espíritu.

Si bien es cierto que todo esto es válido para concentrarnos y sintonizar con nuestra fuente de energía y sabiduría, a mi entender no es menos cierto que cada instante de nuestra vida es en sí una meditación, todo va a depender del enfoque y la atención que le pongas a la cantidad de energía que emplees y que liberes al vivir ese instante. No necesariamente debemos estar absortos, en silencio, quietos y con los ojos cerrados, pero si obligatoriamente concentrados en lo que estamos viviendo internamente a cada momento, en el ahora sagrado, que se compone de una secuencia armónica de cortos instantes que le dan cuerpo y forma a la vida presente.
Cuando alcancemos un alto nivel de concentración en cada momento de nuestra vida, sin desperdiciar o perdernos de nada y sin necesidad de apartarnos y dejar lo que estamos haciendo, pues el hacer es nuestro mejor talento, entonces podremos decir a boca llena que sabemos lo que es la meditación, que la conocemos y la practicamos diariamente, en todo momento y en cualquier lugar. Lo otro es simplemente un ejercicio para aprender a meditar, que no es otra cosa que unificar el cuerpo, la mente y el espíritu, que muy a menudo deambulan cada una por su lado.

No comparto la opinión de que hay que acallar la mente, de que la meditación es la “no mente”, aquietarla si para que no tome el mando, ya que el ser humano es a diferencia de los otros animales, “razón”, no solo cuerpo y espíritu y por más que nos empeñemos en alejarla o callarla brevemente, no podemos negarla ni callarla definitivamente, creo que más se trata de acoplar, armonizar y unificar el cuerpo, la mente y el espíritu, sin deshacernos momentáneamente de ninguna de las tres. Aún sea para facilitarnos el aprendizaje, pienso que excluir la mente no es la mejor opción.
Lo ideal sería todo lo contrario, aceptarla, escuchar con atención lo que dice y usar la fuerza del espíritu como filtro purificador y transformador de sus palabras para devolverlas libre de impurezas y la mente ya tranquila pueda canalizarlas y guiarlas al ser, para que actúe alegre y libre, de acuerdo a su naturaleza, a su trilogía (espíritu, cuerpo y mente), sin tener que desconectar a ninguna de las tres, sino sintonizar en la misma frecuencia, los pensamientos, las emociones y los movimientos, transformándolos a través de respiraciones espirituales llenas de sabiduría, en pensamientos elevados y puros que produzcan a su vez movimientos armónicos y acciones apropiadas para llevar una vida centrada, placentera y reconfortante.
Ese flujo constante de información y purificación del pensamiento que se realiza entre la mente y el espíritu, al unísono con las tareas regulares del cuerpo, sin sacarlo de su cotidianidad; esa interacción que se ejecuta entre cuerpo y espíritu sin quitar a la mente del escenario, dándole participación y su lugar; y ese intercambio en el lenguaje amoroso con el que se entienden el cuerpo y la mente en presencia y bajo la influencia del espíritu, para ofrecernos una vida sana, es el resultado de la verdadera meditación, que no es ocasional ni temporal, sino continua, y no exige silencios externos ni pausas cotidianas, sino más bien calma, atención y concentración interior, que se logra con una buena dosis de autocontrol, confianza, paciencia y sobre todo fe y amor. 

Harolina Payano. Fluyendo armoniosamente. 

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