Este pequeño
planeta llamado “Tierra”, dotado de una belleza singular, con una variedad
deslumbrante de lugares hermosos y exóticos, cubierto por un inmenso y
glamoroso cielo, con un esplendoroso amanecer y un mágico atardecer, bañado por
enormes océanos, mares, ríos y lagos, alfombrado con una vegetación insuperable,
contrastando con las grandes alfombras de arenas de los desiertos y decorado
con majestuosas cordilleras, montañas, llanuras, valles y cuevas, regalándonos
en su mayoría de extensión cuatro bellas estaciones para gozar de diferentes
climas.
Este pequeño
paraíso lleno de colores, magia y encanto que habitamos y compartimos los seres
vivos (minerales, vegetales y animales y dentro de todos ellos un grupo de
seres millonarios con privilegios especiales llamados seres humanos), es el
encargado de suplirnos la vida y darnos las pautas para una supervivencia placentera
y grata.
Los seres humanos somos seres millonarios, pues contamos con millones de células, de neuronas, de terminaciones nerviosas, vasos sanguíneos, sistemas orgánicos con millones de funciones y todas se realizan de manera sincronizada y espectacular y con marcados privilegios por encima de los demás seres vivos (movimientos, pensamientos, sentimientos, emociones, aptitudes, etc.), capaces de hacer lo improbable, vencer lo invencible y de inventar lo imposible. Somos seres capaces de agujerear la capa de ozono que nos protege del Sol con tal de llegar a la Luna, a Marte o al mismo Sol si se pudiera, somos temerarios, decididos, audaces y voraces cuando de romper las barreras externas se trata, lo que nos resulta difícil, incómodo y casi inconcebible es romper nuestra barrera interior, atravesarnos a nosotros mismos, agujerear nuestra capa de imperfección en busca de nuestra perfección interior.
Indudablemente
que sí, que somos seres millonarios con la capacidad de multiplicar esos
millones, pero lo hacemos de manera incorrecta, por cada millón de células fabricamos
un millón de temores, por cada millón de neuronas fabricamos un millón de
angustias, por cada millón de vasos sanguíneos, fabricamos un millón de dudas e
incertidumbres, por cada millón de funciones ejecutadas a la perfección por
nuestros sistemas orgánicos, fabricamos un millón de quejas, deseos
insatisfechos y resentimientos.
En fin, por cada
millón de motivos para ser felices, creamos un millón más de motivos para no
serlo. Entonces el problema real no es la pobreza, sino la riqueza, la certeza
de sabernos millonarios y no saber qué hacer con los tantos millones de cosas
que poseemos, con tantos privilegios y abundancia de dones, talento, gracia y
poder que se nos han regalado, con tanta tierra, con tanto mar, con tanto aire,
con tanta vegetación, con tantos seres vivos a nuestro servicio, con tanta
hermosura y belleza que nos rodea, con…
Somos como niños a los que se malcría dándole todo lo
que desean y mucho mas, pero al final son los niños mas solitarios e infelices
que existen, esa es nuestra gran verdad, nuestra infelicidad no se debe a la
falta o carencia de cosas, sino al exceso de estas, y asumimos como dice el
dicho: “Demasiado bello para ser real”, entonces lo negamos y nos negamos a
nosotros mismos y de millonarios pasamos a ser mendigos y nos dedicamos la
mayor parte de nuestra existencia a mendigar amor, porque al estar rodeados de
tantas demostraciones de amor, saturados de amor por doquier, nos cegamos ante
él, al igual que nos cegamos ante la mirada deslumbrante del Sol.
Somos
millonarios jugando a ser mendigos que se creen millonarios y actúan como tal,
pero en perjuicio de su existencia feliz y a favor de una existencia ficticia
que resulta ser amarga y desdichada, nada que ver con lo que debería ser la
verdadera existencia del ser humano.
Harolina Payano. Fluyendo armoniosamente.
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