Leí hace unos
años un pequeño libro de Mario Benedetti, “La borra del café”, ¡Excelente
libro!, definitivamente me encantó. Lo volví a leer de nuevo hace unos meses, me
induce a hacer remembranzas, lo considero como un refrescante y relajante baño usando
como jabón y sales aromáticas, los recuerdos del pasado que supuestamente se
quedaron en el olvido, pero que dicha lectura hace que afloren a la memoria tan
vívidos como si fueran recientes.
Este libro me mostró como la vida, que es tan simple y sencillamente magnifica, está hecha de pequeños momentos que uno a uno van conformando nuestra existencia y felicidad. Pero como la felicidad es el estado natural del ser, la damos por sentada y muchas veces nos pasa desapercibida y emprendemos un fatídico viaje en su búsqueda, corriendo tras unos sueños que creemos nuestros, pero que si lo pensamos bien no son tan nuestros, nunca lo fueron, sencillamente alguien hábilmente los instaló en nuestra mente y lo creímos nuestros. Al alcanzarlos, si es que lo logramos, caemos en la realidad de que estos sueños no son nuestros puesto que no nos proporcionan felicidad, y si no los logramos, la lucha que libramos para alcanzarlos resulta tan agotadoramente cruel y necia que nos convierte en seres amargados, cuya amargura se debe más a saber íntimamente que no es lo que anhelamos, que al fracaso en sí.
Las narraciones tan cotidianas, tan humanas, tan sinceramente vividas, tan magistralmente contadas por Mario Benedetti, me han refrescado la memoria y me han devuelto imágenes de mi infancia, adolescencia y juventud que estaban perdidas en algún lugar de la mente (en el olvido) y me han hecho ver que lo que realmente importa en la vida son esas pequeñas vivencias cotidianas, esas que tal vez creímos olvidadas porque pensamos que no les dimos importancia, pero calaron hondo y están escondidas en el recuerdo, esperando aflorar y decirnos que ellas así de pequeñas y aparentemente insignificantes, son las que han hecho nuestra vida grandiosa, alegre y hermosa, que nos hicieron intensamente felices alguna vez.
Un lugar, una casa, un paisaje, un árbol o una flor,
un olor, un ensueño, un profundo sentimiento, un amor,… cualquier recuerdo que
podamos evocar y al revivirlo sentir una cálida caricia en nuestra alma, un
suspiro de satisfacción o una silenciosa y deliciosa alegría interior, cuya
añoranza nos deja un poco de melancolía y un dejo de tristeza en la voz, pero
más que nada un corazón rebosante de felicidad.
Esas pequeñeces son las que nos están gritando que no
perdamos la objetividad, que sigamos saboreando la vida en pequeños sorbos, con
la misma intensidad y que no confundamos las cosas que verdaderamente nos llenan
el alma.
Las pequeñas cosas, son las que hacen grandes los
momentos vividos. No perdamos el sentido, ese que da el saborear la vida en
toda su esencia, el simple hecho de caminar entre los árboles, de sentarse a
contemplar una puesta de sol, de dejarse acariciar por el viento o sentir la
hierba húmeda bajo nuestra ropa y apreciar su olor, cada instante que se vive
con el corazón y los sentidos bien atentos, es una enorme vivencia y de eso se
compone la vida, de vivencias, las que muchas veces el recuerdo olvida; los
días de inocencia, alegría, incertidumbre, amor, dolor, desconcierto, risas,
lágrimas, desamor, éxitos, fracasos, desvelo, dicha, perdón, fe…, en fin, todas
esas cosas que son las que poco a poco van construyendo la vida.
“La vida es una fiesta en la que somos los anfitriones
y al mismo tiempo los invitados, debemos velar porque todo este bien, pero
también debemos disfrutar el festín”.
I. Harolina Payano T.
Nota. Por favor disculparnos si alguna imagen tiene derecho de autor, avísenos para retirarla
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