El titulo de
este tema me parece una muy buena definición para el matrimonio hoy día. Sí, en
realidad eso es el matrimonio, una fortaleza de porcelana.
Cuando nos
sentimos lo suficientemente listos (¿O muy enamorados?), decidimos dar un paso
importante en nuestra vida, casarnos y formar una familia, o al menos un hogar,
esa es la intención, compartir y dar lo mejor de nosotros y claro, siendo
felices. Pero para esto contamos con que el otro también piense igual, en
compartir, dar lo mejor de sí y ser feliz.
Nos disponemos a pertrecharnos, compramos de todo o lo pedimos en una ridícula lista de bodas, (como se acostumbra hoy), discutimos haciendo planes, nos atrincheramos, pero al final salimos a camino y nos casamos. Pasan unos cuantos meses y toda va más o menos como lo imaginamos, con sus altas y bajas, pero en sentido general bien. A partir del día en que fijamos la fecha comenzamos a trabajar en construir nuestro hogar, lo llenamos de cosas materiales, además de sueños, ilusiones, fantasías, caricias, caprichos, intransigencias, exigencias, y nos agenciamos todo lo que el egoísmo de la juventud y la inmadurez nos permiten y olvidamos muchas veces lo más importante, la dosis diaria de amor, comprensión, respeto y consideración.
Cada día ponemos
un granito de arena más y subimos otro poquito el muro, estamos sumamente
entusiasmados con la idea de que nuestro hogar será hermoso, tranquilo, cálido y
acogedor, hasta que por fin un día nos paramos a contemplarlo y nos damos
cuenta de que ya lo terminamos, ¡está listo! y nos sentimos orgullosos de él,
de haberlo construido.
Luego sucede
algo muy singular, como nos mantuvimos la mayor parte del tiempo fuera de él,
desde afuera se veía espectacular, pero adentro es muy distinta su visión,
estuvimos tan ocupados construyendo su fachada
que nos olvidamos de verificar el tipo de diseño interior, el material e incluso el lugar donde estábamos levantándolo,
y no tuvimos tiempo de divertirnos, de reír y gritar de alegría, de cantar y
bailar, apenas susurrábamos, ni siquiera había tiempo para coquetear o secarse
el sudor, por lo que no nos dimos cuenta de que construimos una Fortaleza de Porcelana y al primer
movimiento brusco, al primer grito, los muros se empezaron a agrietar, cada
movimiento en falso lo empeoraba más, nos sentimos presos e incómodos, actuando
como marionetas, casi paralizados, todo es muy calculado y metódico para no
quebrarlo por completo, hasta que irremediablemente un día se derrumba, nos pasa
como a los niños que se sientan a construir castillos en la arena,
entusiasmados y felices, ignorando el movimiento de las olas, y la subida de la
marea, hasta que llega una ola y derrumba todo su esfuerzo y llega la
desilusión.
Eso es lo que son
la mayoría de los matrimonios de hoy “Fortalezas de Porcelana”, además de que
son sumamente frágiles, también te privan de alegría y libertad. Hay que
escoger bien el lugar, verificar y reforzar el material, pero sobre todo hay
que cambiar el diseño, dejar espacios amplios y abiertos para que podamos
respirar, reír y bailar en una danza familiar.
El hogar debe
ser como un refugio, que te mantiene seguro, caliente y a gusto, pero el
refugio es algo temporal, y el hogar debe ser para el resto de la vida, por lo
tanto no construyamos un pabellón de esgrima, tampoco uno de arte marcial, mucho
menos una fortaleza de porcelana, aunque esta sea fina, bella y delicada, no es
duradera, se quiebra con facilidad.
Construyamos nuestro
hogar como quien prepara solo un refugio para pasar la navidad, decorado con risas
y alegrías, guirnaldas de ternura debemos colgar, entonando villancicos que
calientes nos mantendrán, compartiendo los alimentos, dulces y regalos,
juntos como un gran árbol hecho de dicha y felicidad.
Harolina P.
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