Muchas veces nuestra vida es como un juego de ping-pong
donde somos la pequeña pelota y las decisiones que tomamos vienen a ser las
raquetas de juego, que sirven para golpearnos, impulsarnos y colocarnos en
buena posición, sacarnos del área de contienda y darnos un respiro o para
ayudarnos a hacer anotaciones oportunas y necesarias para ganar un partido más
del juego de la vida.
Como somos la pelota debemos actuar como tal, con
dignidad, sin deformarnos, ser resistentes al dolor y los golpes pues solo
sirven para darnos el impulso que necesitamos para ganar el partido e ir
sumando victorias al campeonato en que decidimos participar. Al igual que las
pelotas de ping-pong, rebotamos, subimos y bajamos y aunque estas parecen
frágiles en realidad no lo son pues son muchos los golpes y reveses que
soportan, muchos los partidos que se juegan con ella sin que de muestra de
fatiga, tedio o desesperación, así debiéramos de actuar nosotros también.
Cada raquetazo que soportamos es un posible punto
aunque no lo llegue a ser, cada rebote es un triunfo pues todavía estamos aptos
para el juego y cada anotación es un merecido descanso, un logro más de
nuestras aspiraciones. Incluso el sonido acompasado del ping-pong que hace la
pelota es musical, rítmico y agradable, así mismo debería ser en nuestro diario
vivir, nuestros altibajos deberían ser música para nuestros oídos, acompañados
del dinámico tic-tac de los latidos del corazón que nos mantiene vivos librando
este gran torneo de aprendizaje que es el ping pong de la vida.
Harolina Payano. Fluyendo armoniosamente.
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