Hace mucho que no visitaba el zoológico y motivada por la menor de
mis hijos y en su compañía, visitamos los animales y disfrutamos de la
naturaleza y el sol. No puedo negar que aprecié la visita más que antes en el
sentido de que pude ver las cosas desde otra perspectiva más adulta y más consciente
de mi unidad y conexión con todo esto. El zoológico luce bien atendido y
bastante mejorado, aunque extrañe no ver algunos animales como elefantes,
jirafas y gorilas, ofrece un día excitante.
Como era de esperar pasamos buena parte de la visita observando a los
tigres de bengala, mis preferidos, y aunque se pasaron la mayor parte del
tiempo echados en la sombra, al final tuve la dicha de verlos pasearse,
escucharles rugir y hasta posar ante las cámaras, fue muy gratificante ese
tiempo que pase mirándolos.
Mi hija se atrevió a hacernos un selfie con “Silver”, se ve al fondo
Aunque reconozco el esfuerzo humano (logístico, ambiental, medico,
directivo y económico) que se realiza a diario para mantener en buenas condiciones
el parque, tanto el hábitat, el entorno, como a los animales, no pude evitar
sentir su tristeza por lo limitados que están, lo privados de libertad que se
encuentran todos, por más que se les quiera acomodar, estos animales no
muestran señales de bríos, alegría, no juguetean ni corren, más bien se ven
resignados, apagados, envejecidos. Carecen de los mejores atributos de su
naturaleza intrínseca (su vivacidad y energía), parecen animales inertes,
apáticos, haraganes y aburridos, como si estuvieran bajo el efecto de tranquilizantes,
sin vida latente. A excepción del avestruz, que aunque muy por debajo de su
capacidad, parece estar un poco más vivo que los demás, pues te sigue en el
recorrido hasta donde puede, posa para las cámaras y te mira tratando de seducirte,
como pidiéndote que lo ayudes a salir, que lo rescates.
Al ponerme en su lugar entendí su actitud, si te privan de tu
libertad te queda muy poco por hacer, solo dejar pasar los días uno tras otro,
quizás albergando la esperanza de nuevamente poder conquistar tu libertad
perdida. Pero los animales no tienen esa esperanza, no hay forma de que piensen
en ella, solo sienten un malestar que no entienden pues su naturaleza los llama aún hayan nacido en el zoológico, su conexión con el resto de su especie los
mantiene en comunicación biológica, reconocen su cautiverio, su injusto encierro
y su escasa libertad, presienten y pueden oler que ese no es su verdadero
hábitat ni su naturaleza real.
Pero los humanos no somos ni actuamos muy distinto de esto, cada
cual en su casa, en su poblado y ciudad, su nación y continente, en espacios
reducidos, limitados, encerrados y cautivos de las leyes territoriales
nacionales e internacionales. Cada país es un pequeño zoológico de seres
humanos, las ciudades son los diferentes hábitats, nos agrupamos según nuestras
características filosóficas, culturales, morales y económicas. Pasamos la mayor
parte del tiempo echados en las sombras, ya sea en el trabajo o en la casa, nos
han acomodado y no mostramos señales de bríos, alegría o satisfacción, no
jugueteamos, ni corremos, estamos resignamos, apagados, envejecidos. Carecemos
de los mejores atributos de nuestra naturaleza intrínseca, parecemos seres
inertes, apáticos, haraganes y aburridos, como si estuviéramos bajo el efecto
de tranquilizantes, sin vida latente, y para colmo estamos peor que el
avestruz, pues no tenemos a quien tratar de seducir para que venga en nuestro
auxilio.
Harolina Payano. Fluyendo armoniosamente.
Esta entrada fue publicada en el periodico El Caribe:
http://www.elcaribe.com.do/2014/12/06/correo-los-lectores
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