Soy creyente por decirlo así, pues creo en algo más fuerte que todo, que nos ha creado a su imagen y semejanza, nos ha dotado de vida, y de un cuerpo material temporal para manifestarla. Pero no lo soy al punto de seguir ninguna religión, ni doctrina especifica que se apoye en el temor a esa fuerza, llámese Dios o como lo quieran llamar.
Si la filosofía, la ideología, la teología o la religión se fundamentan en el miedo, si predican y se alimentan del temor a sus preceptos, a su líder o a su Dios, no me inspiran confianza, y aunque respete la posición y el pensar de los que se consideren sus adeptos, la rechazo.
Porque todo lo que se base en el miedo es una forma de manipulación y sometimiento a los pensamientos y caprichos de otros seres tan humanos y vulnerables como cualquiera de nosotros, pero con el deseo de dominar e imponer su criterio, valiéndose de artimañas insanas, de ese miedo ancestral que nos frena, nos hace dudar y cederle poder, formando un núcleo de temor que nos engulle y cual imán nos atrae hacia su centro y dominio, fortaleciéndose a costa nuestra, debilitándonos y adormeciendo nuestros sentidos.
Poseemos la grandeza y el poder de nuestro creador, lo único que nos impide dejarla ser y manifestarla, es el miedo ancestral que nos paraliza y empequeñece.
En este tiempo de navidad, los cristianos celebran algo trascendental para reafirmar su creencia y supuesta fe, la llegada de un representante de Dios de carne y hueso. El ser humano es tan incrédulo, que necesitaba tener algo material, palpable, o al menos imaginable como tal, para creer en ese Dios que catalogan de invisible.
No creo en la navidad como tal, pero sí en el espíritu navideño que ha forjado. En ese tiempo donde el amor, la generosidad y empatía tiene el protagonismo y el corazón se viste de nobleza.
Creo con firmeza que a Dios nos lo han mostrado y vendido de manera equivocada.
Dios es perceptible, no invisible.
Amoroso, no vengativo.
Bondadoso, no justiciero.
Generoso, no avaro.
Creador, no destructor.
Es libertad, no esclavitud.
Absolución, no condena.
Gratitud, no indiferencia.
Amor, no temor ni dolor…
Hay que deshacerse de una vez por todas del miedo. No seguir fomentando el temor a Dios.
Por eso mi relación con Dios es directa, lo cierto es que no necesito intermediarios para establecer comunicación y conexión con esa maravillosa fuerza universal divina, altamente poderosa y amorosa que muchos llaman Dios.
Y no creo que nadie los necesite, solo hay que estar conscientes de ello para abrir ese canal de amor que nos une a su inmensidad divina.
Lo único auténtico que debemos tener en nuestro corazón y en la vida, es AMOR y FE.
Lo primero porque te engrandece el espíritu y te colma la vida de gozo.
Lo segundo porque te infunde confianza y serenidad frente a las adversidades y las incertidumbres del día a día, dejando espacio para la gratitud y la certeza de que todo está bajo un orden divino que nos traerá plenitud y felicidad.
No nos empeñemos en desear lo que no tenemos, mejor es agradecer lo que ya es parte de nosotros, valorarlo, aprovecharlo, compartirlo y multiplicarlo.
Lo que ha de llegar vendrá...
Mientras, disfrutemos lo que la vida nos pone a la mano, con aceptación verdadera, alegría interior y agradecimiento sincero.
DICHOSO, VALIOSO Y GRATIFICANTE 2026 PARA TODOS.
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