Una de las soluciones más usadas y tomada como la más práctica en
situaciones difíciles es huir, en lugar de afrontar la situación. Huimos de las
confrontaciones diarias y los problemas de convivencia, haciéndonos de la vista
gorda y tolerando las insatisfacciones que sentimos con la vida o con el
comportamiento de los demás, específicamente de los seres con los que
compartimos la mayor parte de nuestro día. Muchas personas piensan que esto es
sano y les aporta buenos resultados, pero en el fondo, dentro de sí, siguen
sintiéndose molestos, y para eludir o evitar esa molestia, se enrolan en
actividades que les mantengan ocupados mentalmente para pensar lo menos posible
en el problema que les atormenta.
Resulta que esa solución evasiva y hasta cierto punto falsa e
irresponsable, termina abocándolos de lleno al problema, y lo que tal vez era
un problema superficial y menor, fácil de erradicar con tan solo una
conversación ecuánime, madura y respetuosa, se convierte en un problema enorme
que marca nuestra vida, nos roba la tranquilidad, la alegría, incluso hasta la
salud y nos puede causar la muerte.
Cuando el problema es simple, no debemos darle larga, conversar y resolverlo
de una vez y no esperar a que se complique es lo más sensato, los problemas
simples, tienen soluciones simples, los complicados, soluciones complicadas. Siempre
tendemos a esperar que se compliquen las cosas para darle seguimiento, debido al
alto grado de tolerancia que nuestra cultura enseña, la buena noticia es que ambos
casos tienen solución.
Ahora bien, los problemas internos, que forman parte de nuestro
karma existencial, hereditarios por así decirlo, de carácter y personalidad, anímicos,
de percepción y conductuales y muy especialmente de actitud, ya sean traídos de
fábrica o aprendidos, solo nosotros podemos resolverlos, somos sus causantes y únicos
responsables. Si huimos de ellos, embarcándonos en actividades que los mantengan
ocultos o aparentemente dormidos, y nos obliguen a ignorarlos, y tenerlos
atrapados dentro sin permitirles que afloren ni ventilarlos al sol, crecerán más, internamente esparcirán raíces
que nos aprisionarán cada vez más y más, hasta que ya no encuentren hacia donde
ramificar y salgan al exterior convertidos en monstruos odiosos, amargados y
enfermos, cuya cura puede resultar más venenosa que la misma enfermedad.
Huir,
nunca será la solución, pues no puedes esconderte de ti mismo por mucho tiempo
por muy ocupado que estés, ya que cargas contigo siempre, con tus penas y
alegrías, tus triunfos y amarguras, tú odio o tu amor, tu veneno o tu antídoto…,
mientras más larga le damos, mas se recrudece el problema, mas difícil será
erradicarlo o curarlo y más terrible y dolorosa la terapia de sanación.
Detente sin miedo, reconócete, acéptate, déjate ser y fluir (suelta
y acoge), mejórate, luego notarás el cambio que los demás ya habían notado y de
hecho ellos te hicieron notar, pues un cambio en tu actitud, refleja un cambio
en la actitud de los demás. No lo aplaces, no huyas, enfréntalo y resuélvelo. Ve
a tu interior, ya que nadie lo puede hacer por ti.
Como
dice el dicho en inglés: “When you gotta go. You gotta go”.
Harolina Payano. Fluyendo armoniosamente.
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