También se da el caso en que algunas formas de existencia, dotadas de inteligencia racional y consciencia con cierta libertad y autonomía, se transforman internamente, sin llegar a notarse ningún cambio exterior, solo ameritan de tiempo, el cual varía dependiendo del estado de desarmonía interna que posean, para reestructurarse y adoptar una forma de existencia equilibrada y completamente armoniosa. Un ejemplo de esto son los seres humanos, que tienen la capacidad o Don del pensamiento racional, o sea, de crear ideas, y a través ellas y del pensamiento sincronizado, hacer realidad un entramado de proyectos existenciales, experiencias espirituales y materiales y cualquier cosa que se propongan, por muy descabelladas e irracionales que parezcan.
Estos pensamientos o ideas, producen ondas de energía que causan sensaciones y emociones que repercuten directamente en el cuerpo físico y en su fecha de caducidad. Por eso, si se nos escapan de control y no se tiene un equilibrio preciso del estado emocional, en armonía con los acontecimientos creados y vividos, esta fecha de caducidad puede verse afectada y podría acelerarse. Esto se debe a ciertos desordenes energéticos que se ocasionan en el cuerpo físico llamados enfermedades; que no son más que los constantes choques emocionales, y los esfuerzos de la consciencia autónoma por equilibrar y mantener el equilibrio entre los dos cuerpos (el físico y el astral).
Muchos de estos pensamientos son causantes de antiguas creencias erróneas que se han transmitido de generación en generación. Esa desarmonía que producen los pensamientos descontrolados, genera emociones desequilibradas, de bajos niveles energéticos, y nuestra consciencia autónoma, sobre ocupada por mantener el equilibrio, pierde esa autonomía y trabaja en estado inconsciente, en automático, para dedicarse a encontrar la raíz de esa desarmonía y de ahí que mermen nuestras energías y el poder creativo.
Por eso debemos tratar de recordar siempre lo siguiente: “El cuerpo es una caja de resonancia de los pensamientos y las creencias activas”, y estos generan sensaciones y emociones que chocan y rebotan, retumban y resuenan en el interior y el exterior del Ser. Y dependiendo de la forma en que procesemos, asimilemos y les demos permiso de accionar a esos pensamientos y creencias en nuestras vidas y existencia, dependerá el buen estado físico y mental del cuerpo, o sea, su perfecto y armónico funcionamiento.
Cuando estamos armonizados y equilibrados energéticamente hablando, el cuerpo es un ente activo, tiene cierta autonomía para ejercer sus funciones biológicas básicas y para ejercer sus funciones psíquicas primarias. Estas últimas se rigen mayormente por las emociones y son guiadas por la mente y memoria genética, y depuradas por el cuerpo astral.
Cuando no lo estamos, el cuerpo es un ente reactivo, la psiquis se convierte en un resorte, y nos dedicamos a reaccionar bruscamente ante cualquier estímulo, nos descontrolamos y enfadamos, y se generan conflictos internos por quién va a ejercer el control, y es cuando hace su aparición el ego, un ente peligroso que mayormente pone en riesgo de desequilibrio total nuestras energías vitales.
Si permitimos que el ego controle la situación y se apropie de los niveles energéticos del cuerpo, esto también podría ocasionar la aceleración del tiempo de caducidad del cuerpo, ya que obliga a la consciencia autónoma a sobreactuar, la mantiene en zozobra y constante agonía por conseguir un equilibrio al menos relativo, y esto agota las neuronas del cerebro y por ende colabora con el envejecimiento.
Pero sin importar si piensan o no los entes existentes, el espíritu o cuerpo astral se conserva, el cuerpo físico, la materia, tiene fecha de caducidad (la del reino animal es la más corta y la del reino mineral la más larga), y al alcanzarla se transforma en otra materia, con otra apariencia y otras vibraciones energéticas…
Mientras, usemos el cuerpo conscientes de su valor y fragilidad, cuidémoslo... Y sigamos evolucionando.
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