*A veces hay que perderse para el mundo para encontrarse a una misma*.
Aunque me aclara que la frase no es de ella, que la ha escuchado en alguna parte, por el momento la asumo salida de sus labios (o de sus letras) para mi consumo y el de ustedes, ya que ese leve susurro ha dado origen a la siguiente reflexión, que sirve de complemento a la entrada anterior.
Ese *A veces hay que perderse para el mundo para encontrarse a una misma*, no tiene desperdicios. La introspección es la madre de las formulas para la realización de nuestros verdaderos propósitos. Ese salirse del ruido y el eco que hacen en nuestro interior esas distracciones insustanciales que a la larga resultan fatídicas, tediosas y nada efectivas para lograr nuestras metas terrenales y espirituales, es lo mejor que podemos hacer.
Salirnos del mundo exterior y adentrarnos en nuestro mundo interior, para reconocernos, reencontrarnos y re- direccionarnos, es algo tan necesario como respirar. La calma interior puede más que mil bullicios, el equilibrio y armonía interna no tienen rival o contrincante que lo pueda vencer, por eso debemos mantener un contacto directo con nuestra verdadera esencia, nuestro yo interior, respetar su espacio y sacar tiempo para prestarle atención, sin excusas ni justificaciones insensatas.
Hay un slogan que se usó en mi país en una campaña política y dice así: *Primero la gente*, me vino a la memoria y aprovecho para adulterarlo y acomodarlo a lo que deseo enfatizar, y lo expreso así: *Primero Yo*...
No hay que perderse de vista, sin que suene a egoísmo, ese Yo, se refiere a ese que soy en esencia, único e irrepetible, y también imprescindible tal como soy para cumplir una misión especial en este ir y venir de la existencia universal, que todo lo puede, que todo lo experimenta, lo reconoce... Y lo transforma para mantener el equilibrio y la armonía, para conservar el amor, que no es otra cosa que esa chispa divina que todo lo embellece y alegra, que todo lo sustenta, y que es nuestra mejor vestimenta.
También ocurre lo contrario, como en mi caso, me he pasado la mayor parte de mi vida escondida del mundo, no para encontrarme yo misma, sino más bien para que no me encontraran. Cuando desde temprana edad te reconoces y te sabes algo rara o fuera de lo común, prefieres pasar desapercibida o al menos no llamar la atención, porque sabes que muy pocos te entenderán, que nadie podrá lograr que te sumes al montón, y porque lo que menos deseas es pasar por grosera o indeseable.
Pero cuando llegas a entender que tienes un rol que cumplir y no puedes esconderte o postergarte mas, entonces decides salir y dejar al menos que los demás te noten, que se fijen en ti sin que eso te cause ningún tipo de incomodidad, después de todo, cada cual tiene sus manías y sus interioridades.
Así que amables lectores, también nos vendría bien esta otra frase:
*A veces hay que salirse de uno mismo para poder estar visible para el mundo*.
Ahora bien, si te pierdes de ti, por mantenerte tan visible y expuesta en el mundo, y te olvidas de tu rol para representar roles ajenos, corres el riesgo de no encontrarte jamás, al menos no en esta vida, y de que también a nadie le interese volver a encontrarte.
Ambos casos son altamente peligrosos, ni muy escondida, ni muy expuesta, los extremos no son convenientes, porque nos hacen perder el equilibrio. Si nos sentimos muy interiorizados y alejados del mundo, démonos una escapadita (aunque sea breve), y salgamos a lucir nuestra bella humanidad. En caso contrario, si nos sentimos muy mundanos, démonos una escapada (no muy breve), un viaje a nuestro interior, a nuestra espiritualidad y tratemos de equilibrarnos, y mantenernos armonizados en cuerpo y espíritu, afuera y adentro, en presencia y esencia, centrados.
I. Harolina Payano T. Fluyendo armoniosamente.
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