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viernes, 18 de agosto de 2017

Los árboles de mi vida

Amables lectores, esta entrada se la dedico a los que como yo, admiran y les fascinan los arboles, en especial este hermoso ejemplar de la naturaleza, este magnífico árbol que en su etapa florecida, es una esas maravillas de la creación, les hablo del Flamboyán.

Pues esta preciosidad que arriba les muestro, es el paisaje que para estos días
observo desde la ventana del fregadero de mi cocina. Un magnifico espectáculo que sin lugar a dudas, hace más placentera mi estadía en ella, extendiendo el tiempo de permanencia en el lavado de platos, ya que me distraigo y complazco en su admiración. 
De igual forma, cuando subo al parque a caminar, hay muchos de estos árboles, ¡Como lo disfruto! paso tiempo admirándolos, son una gratificante vivencia para los ojos, y el cuerpo lo agradece, y un remanso de paz y agradable sensación de armonía y equilibrio para el espíritu, el cual se siente atraído y conectado a tanta belleza.   

Desde muy niña fui amante de los árboles, me fascinaba treparlos y pasar ratos allí arriba, donde a veces pocos podían llegar, me ayudaba mi delgadez y flexibilidad. Me creerán si les digo que a veces miro algunos y me dan ganas de treparlos, especialmente aquellos que dejan ver lo fácil que sería hacerlo, o al menos intentarlo, pues se me olvida que ya no soy tan joven, delgada y flexible como antes. Uno de estos días voy a decidirme, y saber que se siente a mi edad, estar allá arriba cual si fuera una niña. 


Hay muchos árboles que admiro en ese parque en mis caminatas vespertinas, incluso, tuve una experiencia muy particular en el área del lago artificial que hay dentro del parque. Les cuento...

Sucedió que un día, al abrazar uno de esos árboles (un árbol Mara), cerrar los ojos por unos minutos y conversar con él y agradecerle su existencia, pude oír y sentir algo, como si alguien se acercara, abrí los ojos y pude verlo, su espíritu había salido de su interior y se paseaba por mi derredor, fue una imagen fugaz, la percibí y desapareció rápidamente, pero me ha acompañado desde entonces. 
Supe que era su manera de reafirmarme que mi sentir era recíproco, de inmediato dejó caer dos frutos (semillas), las tomé y me sentí honrada y agradecida infinitamente, al día siguiente las sembré pero no tuve éxito, a veces bajo al lago a saludar a ese árbol, abrazarlo y ver como está.

Pero entre todos esos árboles, hay uno, bueno dos, que me resultan tan significativos y admirables que voy a aprovechar esta entrada para mostrárselos. 

Uno es un alto pino australiano o casuarina, a mi parecer está justo en medio toda la longitud del parque, y tiene un dominio y una vista espectacular de todo el entorno desde su altura. Lo he bautizado con el nombre de “Almirante verde”, por lo ventajoso de su posición, céntrica y con visibilidad sur bien despejada y de frente al mar, por su gran altura y dominio de una buena área del parque, y obviamente por su color. 
Queda justo frente al verdor de un hermoso solar, baldío pero muy bien cuidado, es la única zona sin construir en toda esa área periférica sur del parque, con el azul del mar Caribe de fondo.





El otro árbol es enorme y frondoso, una jabilla o árbol de tung, de la especie Aleuritis, bien adulto y señorial, todo un espectáculo a la vista. 

 

Me impresiona siempre su seguridad de ser, portentoso, fuerte, sentando credenciales en este lugar, dando una enorme sombra con una satisfacción muy especial, justo en la escalera número cinco, frente a las canchas, zona de las más frecuentadas para jugar, sentarse en los bancos y pasarse unas horas allí, para tomarse fotos, alimentar a las palomas, o por mera diversión y compartir el bullicio y algarabía que la definen. 
Las otras zonas, con excepción de la que cuenta con el parque infantil “la Canquiña” y las máquinas para ejercitarse, que es bastante concurrida y está frente a la escalera uno, son más tranquilas, y usadas por las parejas, los grupos pequeños de amigos, familias, etc.

Todo el parque se mantiene bajo vigilancia policial y es un deleite a la vista, a la salud física y mental, pues si miramos el panorama un poco más allá de lo superficial, notaremos que la magia y la vida se conjugan allí, entre sus grandes cuevas, rocas y farallones, entre su fauna y su flora.
En el suelo y su verdor se recrean las historias, se enaltecen los recuerdos en este pulmón de la ciudad de Santo Domingo, que mantiene el equilibrio entre el norte y el sur, entre las grandes e imponentes torres habitacionales del norte, y los barrios y suburbios que dan hacia el sur (donde vivo), hacia el mar, y entre los comercios e industrias que dan hacia el oeste y el este.
En medio de esto está el parque con todo su verdor, sus áreas de esparcimiento y juegos o para la simple contemplación, sus hermosos árboles, cuyas raíces están interconectadas entre si y conectadas y comunicadas con otros árboles de la ciudad y del país, por lazos invisibles de hermandad, que llegan más allá de lo permisible, de lo creíble, de lo imposible…  

ÁRBOL GENEALÓGICO
No sé qué vientos me trajeron hasta la siguiente reflexión y revelación, pero creo que el hecho de ser tan arbolaria, tan arbusta, tan ligada a la naturaleza y los árboles, ha influido para que mi esposo y compañero de viaje Félix, se haya hecho genealogista, y viva estudiando y analizando árboles genealógicos. 
Yo ensimismada, admirando de los arboles sus troncos, ramas, hojas y flores, extasiada tratando de ver su aura, y recibir una señal, y él concentrado, revoloteando sus frutos, reinventando las hojas, las ramas y los troncos, hurgando entre sus raíces, descifrando el pasado para poder extraer una señal. 

¿Qué les parece? Eso no es casualidad amigos. Yo valorando y admirando lo externo y actual, y él valorando y escarbando lo interno y ancestral. 
Yo maravillada y gozosa queriendo volver a treparlos, subir su tronco, pasearme por sus ramas, llegar hasta lo más alto y sentirme cerca del centro del cielo, del origen de la vida, y él entusiasmado y apasionado, partiendo desde sus copas, bajando de rama en rama hasta llegar a sus troncos y escarbar sus raíces, queriendo llegar hasta el fondo, y sentirse cerca del centro de la tierra, del origen de la vida...


Así seguimos los dos en comunión, percibiendo un mismo fin en diferentes direcciones, yo enfocada en un tipo de arboles, los de naturaleza vegetal y él enfocado en otro tipo de arboles, los de naturaleza humana y familiar. Ambos muy importantes, ambos testigos de la vida y de la humanidad, del florecer y marchitarse de la vida, de la dicha y de la infelicidad, frutos de lo nuevo y de lo ancestral, del equilibrio y la armonía, ambos reveladores de la infinita conexión que existe entre todo y entre todos, ambos causa y efecto del constante e incesante fluir, protagonistas del morir y renacer de la vida, que se reinventa una y otra vez como semilla y fruto, el origen cíclico de la eternidad.

I. Harolina Payano T. Fluyendo armoniosamente. 

Pedimos excusas si alguna imagen usada tiene derecho de autor, al avisarnos la retiraremos.

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