Viendo la vida de esa forma, la realidad resulta poco atractiva, pero si somos pacientes siempre disfrutaremos de algunas rosas entre las espinas, y así como las espinas son imprescindibles para las rosas, de la misma forma son imprescindibles las heridas en nuestro paso por la vida. Ellas son las que nos dan la fortaleza para crecer, desarrollarnos y sacar a relucir nuestra sabiduría interior.
Esas heridas generalmente deberían dejarnos un buen sabor en la boca, ya que gracias a ellas nos desarrollamos como seres pensantes y evolucionados, y no necesariamente tienen que causarnos sufrimiento, el dolor quizás es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, porque va a depender de la cantidad de resistencia que le opongamos a sentir y dejar fluir ese dolor y trascenderlo.
Existe una espina muy importante en el cuerpo de los seres humanos, la espina dorsal, que como sabemos es la base y sustento del cráneo y del esqueleto mismo y la responsable de nuestra movilidad y facilidad de desplazamiento sin perder el equilibrio. Además, es quién protege a la tan importante médula espinal, que se encarga de entablar la comunicación entre el cerebro y el cuerpo, algo indispensable para el funcionamiento de nuestro diario vivir. Precisamente del mal funcionamiento de ella y por ende de esa comunicación, se derivan nuestras enfermedades y dolencias físicas. Tal vez sea la razón por la cual las espinas forman y formarán siempre parte de la vida de los humanos.
La finalidad o el objetivo de esta reflexión, es al igual que el de las espinas, ayudarnos a ver siempre el conjunto que todo nos ofrece, cada cosa tiene su lado dulce y su lado menos dulce o amargo y ambos nos enseñan, unas a base de alegrías y placeres y otras en base a la tristeza y el dolor, estas últimas si nos lo proponemos, podemos hacerlas más llevaderas, de forma que nos afecten menos de forma negativa. Por desgracia, debido a las malas influencias de viejos patrones de conducta, despreciamos y menospreciamos ese lado amargo y nos cuesta mucho aceptar sus bondades.
Cuando transitamos por caminos entre espinas, vamos atentos, el aprendizaje es mayor ya que la observación se hace presente, estas nos obligan a ir despiertos para tener más precaución, sobre todo después de habernos lastimado. El hecho de creernos que la vida es solo rosas sin espinas, hace perder el cuidado y hasta el interés, el saber que no hay riesgos ni nada que nos obligue a estar despiertos, nos impide desarrollar al máximo nuestro potencial, facultades y dones innatos.
En un camino en el que no sabemos qué esperar estamos a la expectativa, con una gran dosis de ilusión y curiosidad, deseosos de seguir andando e ir conociendo, aprendiendo y descubriendo las dos caras de la vida, saboreando el lado dulce y dulcificando el lado amargo para degustar en su máximo esplendor el conjunto, la belleza de la vida y las cosas. Si actuamos así, terminaremos encontrando el sentido de nuestra existencia, tanto terrenal como cósmica.
Así que no huyas de las espinas, deja al menos que te rocen, incluso de ser necesario hasta sangrar, así sabrás que la vida entre espinas es más jugosa y sustanciosa.
Esta entrada fue publicada en el periódico El Caribe:
http://www.elcaribe.com.do/2017/06/17/correo-los-lectores
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