Se ha escrito mucho acerca del tiempo en sentido
general, ya sea en obras literarias, refiriéndose a él como algo implacable que
lamentablemente no hay forma de detener, en libros de motivación y liderazgo,
aconsejándonos como aprovecharlo al máximo, libros didácticos de ciencias (naturales, sociales, filosofía, matemática y física) enseñándonos a realizar
cálculos matemáticos y cuantiosas ecuaciones usando esa variable tan importante
y precisa llamada “tiempo” y en importantes categorías más, como el clima
atmosférico.
Tiempo es lo que más abunda y menos apreciamos,
incluso lo desperdiciamos, para luego decir que no tenemos tiempo,
justificarnos y culparlo de nuestra dejadez y falta de voluntad para hacer lo
que verdaderamente deseamos o debemos hacer.
Al tiempo también le han dedicado poemas y canciones usando las más bellas estrofas y metáforas relacionándolo con el amor y desamor, un ejemplo de esto es la hermosa canción “Tiempo y destiempo”, de Renato Leduc, que ha sido interpretada por artistas de la talla de Marco Antonio Muñiz, José José, y Chavela Vargas entre otros, la canción empieza así:
“Sabia virtud de conocer el tiempo
A tiempo amar y desatarse a tiempo
Como dice el refrán, dar tiempo al tiempo
Que de amor y dolor, alivia el tiempo”…
Al final dice lo siguiente:
“Amar, queriendo, como en otro tiempo
Ignoraba yo aun, que el tiempo es oro
Cuanto tiempo perdí, hay cuanto tiempo
Y hoy que de amores, ya no tengo tiempo
Amor de aquellos tiempos cuanto añoro
La dicha inicua de perder el tiempo
Sabia virtud de conocer el tiempo”.
La canción es bellísima y como esta hay muchas más. Pablo Milanés
escribió, “El tiempo el implacable, el que paso” que termina así:
“Cada paso anterior deja una huella
Que lejos de borrarse se incorpora
A tu saco tan lleno de recuerdos
Que cuando menos se imagina, afloran.
Porque el tiempo, el implacable, el que pasó
Siempre una huella triste nos dejó”.
En fin, el tiempo es la cinta magnética donde
protagonizamos y grabamos la película de nuestra vida, sin él es imposible
hacerlo. Acostumbramos a medirlo para poder establecer relaciones y
contabilizar las cosas y hechos existentes, pero no debemos olvidar que es
ilimitado, no lo podemos contener o abarcar, lo dividimos para llevar mejores
registros y facilitarnos la memorización de los sucesos relevantes, lo colocamos
dentro de un reloj y lo fraccionamos
en segundos, minutos y horas, lo agrupamos por días, semanas, meses y años en un
esquema denominado calendario o almanaque,
así lo digerimos mejor y lo empacamos y etiquetamos con un rotulo llamado fecha.
Pero cada cual es dueño de establecer sus propios
parámetros, pues existen países con calendarios y horarios diferentes y para
muchos seres humanos hay horas que parecen un año y días que parecen una
eternidad y para otros hay días que se esfuman como los segundos y años como
días, o sea que todo va a depender de nuestro reloj biológico, del estado de
ánimo y la intensidad que le pongamos al momento, pero su majestad “Tiempo”, no
se deja influenciar por nada ni por nadie, es solo nuestra apreciación
emocional.
El tiempo es
imparable, no se toma ni siquiera un receso, sin prisa pero sin pausa, al igual
que gira el universo, siempre equitativo y constante, es más bien su
respiración, tiene por alma gemela el “espacio” y mantienen una relación armónica
y espectacular denominada “Espacio/tiempo”, por lo tanto el día que se detenga el
tiempo no habrá espacio, se acabará todo lo que conocemos y lo que no
conocemos, morirá el universo y todo y todos con él, será el tan anunciado,
esperado y mal interpretado final de los tiempos.
Harolina Payano. Fluyendo armoniosamente.
Un extracto de esta entrada fue publicado en el periódico El Caribe:
http://www.elcaribe.com.do/2015/10/13/correo-los-lectores
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